viernes, 30 de septiembre de 2016

Desde Kunming a Luang Prabang... y Vientián

En Kunming, como ya me conocía el metro y, además, ya había estado en la estación de autobuses para sacar el billete, no tuve ningún problema para llegar. La estación es la sur, y hay una parada de metro con ese nombre, por lo que no tiene pérdida. Hay un autobús diario que une Kunming con Luang Prabang, creo recordar que salía a las 18.30.

El autobús es un palizón, tarda cerca de 20 horas y hace cosas tan peregrinas (por lo menos para mí) como parar dos horas en una estación de servicio muy cercana a la fronetera a las cuatro de la mañana. Entiendo que es porque no se puede pasar la frontera de noche, pero, no sé, igual podía salir un par de horas más tarde de Kunming y ahorrarse esa parada.

Llegamos a la frontera de par de mañana y la verdad es que no tuve ningún problema ni en el lado chino ni en el laosiano. Allí me junté con un japonés que viajaba solo también y estuvimos desayunando juntos al otro lado de la frontera.


Entradaa a Laos en la frontera Mengla (China)-Boten (Laos)

Tenía cinco noches para pasar en Laos porque había quedado en Bangkok. Una se me iba en el autobús nocturno entre Luang Prabang y Vientián, así que no sabía si pasar dos y dos o tres en Luang Prabang y una en Vientián, porque había leído que la primera era más bonita. En esto se me ocurrió preguntarle al único amigo que recordaba que había estado en las dos, cuyo nombre no voy a mentar, pero con quien he quedado en Nueva Zelanda en octubre. Pues él me dijo que le había gustado más Vientián. Yo sé que todo es opinable, subjetivo... pero decir que Vientián es más bonito que Luang Prabang es, cuando menos, una opinión muy arriesgada. Es como el décimo dentista de los chicles Trident. ¿Por qué?  Pero bueno, como el destino tiene estas cosas, resulta que en Vientián conocí a una gente majísima y me lo pasé genial.

Luang Prabang es una ciudad preciosa. Además del Mekong (adoro el Mekong) tiene otro río que desemboca en este y que rodea la parte vieja, de estilo colonial, que queda como una pequeña península entre los dos ríos. Una ciudad tranquila para pasear, comer y tomarte unas cervezas a la orilla del Mekong. Este es un río que, además ser muy ancho, tiene una corriente muy fuerte, por lo que te puedes quedar embobado mirándolo sin otro quehacer.

El Mekong al atardecer a su paso por Luang Prabang


Después de dos días con sus noches, y lamentando tener que abandonar esa ciudad aun sin conocer Vientián, cogí el bus nocturno y llegué muy prontito a la capital, con  la fortuna de que la habitación que había reservado en el hostel estaba vacía y me dejaron ocuparla en cuanto llegué. Cuando me estaban acompañando a la habitación, me enseñaron el mando a distancia del aire acondicionado, que estaba en el pasillo, cosa que yo no entendía muy bien... hasta que entré. A través de un agujero en la pared entre dos habitaciones, compartía aire acondicionado con la de al lado. Aforunadamente, no tuvimos ningún problema ninguna de las dos noches y el aire (parece) estuvo a gusto de todos.

Ahorrando aire y salvando el medioambiente
 El hostel (Backpackers Garden) estaba muy bien y había un ambiente muy majo. Me junté allí con un argentino (Álex) que iba en una moto que le había dejado un español en la frontera entre Tailandia y Laos, una española (Emma) que se estaba recuperando de una caída que había tenido también con una moto y llevaba 15 meses viajando por el mundo, un estadounidense (Erik) que hablaba algo de laosiano porque llevaba unos cuantos meses viviendo allá y yo. Nos fuimos a cenar la última noche antes de mi partida y, como no podía ser menos, nos fuimos luego a tomar algo. Lo que tenía pinta de ser una noche tranquilita acabó siendo una noche memorable. Empezamos haciendo botellón bebiendo Lao-lao, un licor de 40 grados que es más barato incluso que la cerveza (y la cerveza es barata en Laos). Luego nos fuimos a tomar algo con una de las líderes del movimiento transexual en Laos (cosa que os aseguro que no es nada fácil). Seguimos tomando Lao-Lao y, como a las cuatro de la mañana, tuvimos que desistir de continuar porque no encontramos nada abierto.

El problema comenzó al llegar al hostel. Ya me habían dicho que por las noches cerraban la puerta y que igual nos tocaba saltar la valla. Pero una cosa cosa es que te lo digan en condicional y otra tener que hacerlo a las cuatro de la mañana después de unos cuantos Lao-lao y unas Beerlao. Pero si hay que hacerlo se hace. Me subí a la valla no sin dificultad y cuando estaba arriba os aseguro que se movía mucho. Y tenía la sufieciente alatura como para que el tortazo fuera tremendo. Además, metía bastante ruido porque era metálica. Pero tras muchos esfuerzos logré llegar al otro lado sin contratiempos justo en el momento en que aparecía la chica del hostel despertada por el ruido de la valla y dispuesta a abrirme. Hay que reconocer que se lo tomó a bien y al día siguiente en el desayuno no paraba de reírse.

Esta valla me tocó saltar. Igial os parece pequeña, pero os aseguro que a las cuatro de la mañana no lo parecía
Y después de pasar una noche corta (porque no me dio tiempo a dormir mucho) sin sobresaltos respecto al aire acondicionado, al día siguiente comí con Emma y Erik (Álex no hizo acto de presencia, seguía durmiendo cuando me fui), me subí a una furgoneta que me llevó a la estación de tren de Thanaleng, que está a unos kilómetros de Vientián, y esperé al tren que me llevara, tras cruzar el Puente de la Amistad, hasta Tailandia. Había sido una breve visita a Laos, pero espero volver en un futuro no muy lejano porque es un país que me encanta... y tienen Beerlao y Lao-lao.

Visados de Laos y Tailandia... y algo sobre los cajeros

En Laos el visado no tiene ningún misterio. Llegas a la frontera, pagas 35 dólares, entregas una fotografía (esto es muy importante, se necesita una foto) y voilà, ya puedes entrar en Laos. Creo que se puede pagar en yuanes (si pasas la frontera sinolaosiana, como yo) y en euros, pero no estoy seguro, con lo cual yo no me arriesgaría. De hecho, yo no me arriesgué y cambié 35 dólares en el Banco de China (único banco, creo, que te da dólares en China) para evitar malos momentos innecesarios.

El visado talandés aún tiene menos misterio. No hace falta. Eso sí, hay que tener en cuenta una cosa. Bueno, dos. Primero, que hay que guardar el papelito blanco que te dan cuando entras a la vez que te sellan el pasaporte, porque luego te lo piden al salir y también en algunos hoteles. Yo tuve suerte porque me lo graparon, pero no siempre lo hacen. Y segundo, que, si entras por tierra (como fue mi caso la primera vez), la autorización de estancia es solo para 15 días, mientras que si llegas en avión te vale para 30. Ignoro cuál es la razón, pero es así. Eso sí, puedes entrar y salir de Tailandia tantas veces como quieras y se te va renovando la autorización por otros 15 o 30 días más cada vez.

Respecto a los cajeros, comentar una cosa. En Laos, cuando sacas dinero de un cajero, el banco de Laos te cobra una comisión, que suele rondar los dos euros, además de la que te pueda cobrar tu propio banco español. Todos menos uno. Ahora no recuerdo el nombre, pero lo hay, y tiene bastantes sucursales, por lo que podéis buscar hasta que lo encontréis.

En Tailandia es aún peor, porque todos, al menos los que yo encontré, cobran 200 bahts por sacar del cajero, lo que equivale a cinco eurazos. Lo que hice yo fue sacar dinero en el banco de Laos que no cobra comisión de cuyo nombre no puedo acordarme y cambiar a bahts en el mismo Laos (no sé si su moneda se cotiza en el extranjero, no todas lo hacen). Sale más rentable. Otra opción es venir con euros suficientes e ir cambiando. En cualquier caso, si tenéis que sacar dinero, calculad bien para tener que sacar las menos veces posible.

Lijiang y Dali

Después de unas 9 horas de tren, otra vez en una maravillosa litera, llegué a Lijiang, el problema es que llegué tan pronto que no había nada, y además la estación está a unos cuantos kilómetros del pueblo. Pero como esto es China, hay en la estación un restaurante que, aunque no daba todavía comidas, lo estaban abriendo y allí nos refugiamos todos los que no nos había venido a buscar nadie a conectarnos a la wifi sin que nadie nos dijera nada.

Al poco amaneció y cogí el autobús que sale justo desde delante de la estación y te deja en el centro del pueblo, que cuesta solo un yuan (alrecedor de 0,15 euros). Es mejor llevar suelto, porque no hay nadie que te cobre, sino que se echa el yuan en una especie de urna que hay al lado del conductor, por lo que tampoco hay posibilidad de que te den cambio.

Tuve la suerte, y lo que recominedo para el que vaya a Lijiang, de llegar a esa hora. Además, mi hostel estaba justo al otro lado de la ciudad antigua y la tuve que atravesar entera (tampoco es tan grande), por lo que pude ver la ciudad prácticamente vacía, de par de mañana y con la fresca. Una auténtica maravilla. Hay que decir que Lijinag es patrimonio de la Unesco, y también es un destino turístico para los chinos, lo que quiere decir que es un destino turístico para muchísima gente, y a lo largo del día, la ciudad se va llenando. Y como te cobran por entrar en la ciudad hasta la tarde, cuando más llena está es por la noche. Por eso, lo mejor es ir cuanto antes, e incluso si llegas muy pronto, como yo, no te cobran entrada (que son unos 8 euros), eso sí, si sales de la ciudad antigua, para volver a entrar tienes que pagar o, como yo, que salí sin darme cuenta, dar con un buen tipo y convencerle de que has estado antes y has salido sin querer.

Una cosa que me resultó curiosa en Lijinag, aunque me ha pasado más veces en Asia, es que la gente se quería hacer fotos conmigo. Pero es que estaba tomándome una cerveza en un bar al lado de la ventana (abierta, eso sí) y la gente me pedía hacerse fotos conmigo desde fuera. Una chica incluso se hizo un selfie poniendo morritos, en serio. Me sentí todo un gigoló.


Lijiang por la mañana, con muy poca gente todavía. Por la tarde las calles están competamente colapsadas

Otro sitio muy interesante de Lijiang es el estanque del dragón negro. Es un parque muy agradable para pasear y tomarte algún zumo. También cobran entrada (otros 8 euros), pero yo, sin darme cuenta (por lo menos al principio), entré por una de las salidas, por lo que, evidentemente nadie me cobró. No digo que hagáis eso, simplemente es lo que me pasó a mí involuntariamente (aunque no desfize el entuerto).


Estanque del dragón negro
 
De Lijiang fui a Dali de nuevo en tren, pero esta vez el trayecto era de menos de dos horas.Casi lo pierdo, porque, aunque sabía que la estación estaba lejos, tenía que coger dos autobuses y el primero no tenía muy claro cuál era, y, si no llega a ser por una pareja de chinos que también iban a la estación y a los que me junté para enterarme bien de los autobuses que tenía que coger, y que por cierto me pagaron el autobús porque no tenía suelto (aunque el conductor ya me había dejado colarme), no hubiera llegado. De hecho, los chinos no daban un yuan porque lo hiciera, pero la verdad es que lo logré, y aún me sobraron cinco minutos.

Dali también es una ciudad antigua muy bonita, pero es menos espectacular que Lijiang, por lo que recomiendo hacer el trayecto al revés y visitar primero Dali y luego Lijiang. La estación de tren también está a unos cuantos kilómetros de la ciudad antigua, pero hay un autobús, el número 8, que sale de la misma estación y te lleva a la parte vieja por dos yuanes. En el mismo autobús conocí a una pareja de australianos que ya habían estado más veces en Dali y con los que estuve esos días, e incluso me invitaron a su casa cuando fuera a Australia.

A unos kilómetros de Dali hay un lago muy bonito también y un buen lugar para descansar. De hecho, yo me alojé en un excelente hotel a unos tres kilómetros de la ciudad vieja y a un kilómetro del lago, en un pueblo muy tranquilo, pero desde el que se podía llegar a todos lados andando. El hotel es el Rose Garden y es la mejor habitación que he tenido hasta ahora. Además, el último día, el dueño del hotel, que es una persona encantadora y habla muy bien inglés, me acercó con su coche a la parada del autobús para evitarme el paseo con el macuto o el taxi.

Y de allí, una vez más, a la estación de tren, donde iba a coger el tren para Kunming para a continuación coger un autobús cuyo billete ya había sacado en mi anterior estancia en la ciudad, para cruzar la frontera con Laos y llegar a Luang Prabang.


Campos de cultivo en el paseo entre el Rose Garden y la ciudad vieja de Dali




domingo, 25 de septiembre de 2016

Chengdu y Kunming

Llegué a Chengdu por la mañana, con el alojamiento ya reservado gracias a Booking y a la recomendación de una amiga, que había estado eal año pasado. La verdad es que el hostel (Flip Flop) está muy bien y bien situado, por lo que yo también lo recomiendo.

Chengdu lo recordaré como la ciudad de las chicharras. Hacía mucho calor y hacían un ruido ensordecedor a pesar de ser una de las grandes ciudades de China. En realidad, Chengdu es un sitio más que nada para hacer excursiones o de paso para otras zonas de China, como el Tíbet, pero yo pasé tranquilamente un par de días allí. Tiene un paseo por el río bastante majo y fama de hacer los mejores hotpots (eso sí, muy picantes) de toda China. En general, toda su cocina tiene fama, y la pude disfrutar en los puestos callejeros que hay alrededor del Flip Flop por unos precios baratísimos.


Puente de Chengdu sobre el río. Al fondo, rascacielos en los que probablemente viva más gente que en toda Tafalla

Como había ido en metro (con un coreano que conocí en la estación de Xi'an) hasta el Flip Flop y esta vez mi tren salía desde la misma estación, no tuve ningún problema para llegar a ella. Bueno, uno pequeñito, que fue que en la taquilla aitomática del metro intentaba sacar el billete y no había manera. Metía dos billetes de yuan (lo que costaba el trayecto) y me los devolvía sin saber por qué. Pues bien, el chico que había a mi lado me vio en problemas y me dijo (creo): "No admite billetes de uno. ¿No tienes otra cosa?" Y antes de que procesara la información, sacó un billete de metro, me lo dio y se fue. Para que digan que no son majos los chinos. Algo parecido me pasaría luego en el autobús de Lijiang.

Llegado a la estación sin más sucedidos y subido al tren sin problemas gracias a mi pericia en leer los números, tras otras 24 horas de viaje, esta vez en asiento duro de nuevo (repito, hay que ser previsor en China si quieres pillar litera), llegué a Kunming.

Kunming es otra ciudad grande china (aunque eso es un poco redundante) famosa por sus pagodas. La única razón por la que fui es que era un sitio de paso para ir a Lijiang y Dali, ciudades que aparecían recomendadas en todos los blogs. Aún tuve que volver una vez más, aunque ya sin hacer noche, porque desde esta ciudad también sale el autobús que va a Luang Prabang en Laos. La única pagoda que visité, y que me encantó, fue la de Yuangotn Si, aunque tiene muchas más.


Pagoda de Yuangton Si. En esa agua verde había unas tortugas muy majas



La verdad es que poco más tengo que decir de esta ciudad, salvo que el metro funciona muy bien también. Por cierto, en todas las estaciones de metro chinas por las que pasé, por lo que supongo que será en todas, hay controles como en los aeropuertos, y hay que pasar los macutos por rayos X. Eso sí, llevaba una navaja suiza (bueno, no era suiza, la compré en un mercadillo en Irkutsk, pero tenía su navaja y sus accesorios) y pasó todos los controles sin despertar la más mínima sospecha, como luego haría también en algún aeropuerto...

Y vuelta al tren (como veis, siempre que hay tren lo prefiero al bus, sobre todo en estos países, que son muy baratos), aunque esta vez para un agradable y corto viaje nocturno de 10 horas hasta la maravillosa Lijiang (y esta vez en litera, aunque el tren llegaba a las cinco de la mañana, también es casualidad).





martes, 20 de septiembre de 2016

Xi'an

¡Benditos números arábigos!

Eso es lo primero que se te viene a la cabeza cuando llegas a la estación, recoges tu billete reservado en ctrip en la taquilla sn ningún problema (ojo con el tiempo de antelación con el que vais a recogerlo, estáis en China y las colas pueden llegar a ser kilométricas) y ves que pone, entre infinidad de caracteres que no tienes ni idea de a qué se refieren, "K548". Y más cuando levantas la cabeza y ves que en los paneles electrónicos, entre infinidad de caracteres que no tienes ni idea de a qué se refieren, también pone "K548", y detrás otro número que deduces que es el del andén. Y cuando llegas al andén y vuleves a ver un panel que pone otra vez esos maravillosos números, vuleves a pensar: ¡Benditos número arábigos! Porque los chinos, aunque tienen un sistema de escritura propio (y muy complicado, todo sea dicho de paso), utilizan el mismo sistema numérico que nosotros, lo que es de agradecer cuando vas a coger un tren, por ejemplo.

Por la mañana, después de 35 horas de viaje sentado (en asiento duro, y os aseguro que es duro), llegué a Xi'an, después de comprobar varias cosas: los chinos son amables e intentan interactuar contigo; prácticamente nadie habla inglés; escupen mucho menos que hace 10 años y tienen la delicadeza de no hacerlo en el suelo del vagón; y los asientos son duros y bastante incómodos.

Xi'an es mucho más que los guerreros de terracota, que estrictamente no están en Xi'an, sino a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Para llegar, lo más fácil es coger el autobús 306, que te lleva hasta el recinto. Pero Xi'an es también su barrio musulmán, repleto de chiringuitos (y de turistas, muchos de ellos chinos) donde se puede comer exquisitamente por un módico precio; y sus dos torres (la del tambor y la de la campana); y sus murallas; y sus gentes.


Chiringuitos de comida callejera en el barrio musulmán

Después de descansar y dar un garbeo, por la tarde estuve paseando por el barrio musulmán y picoteando cosas para cenar, y me fui a tomar un zumo a un café muy cuco, pero muy chiquito, que hay en ese barrio, el "Café de Paris". Al cabo de un rato, y cuando parecía que iban a cerrar, se me acercó una de las dos chicas del café y me invitó a cenar. Me contó que estaban de celebración y que iban a hacer un "hotpot" con unos amigos, y que les encantaría que cenara con ellos. Ni corto ni perezoso, y aunque yo ya había cenado, me uní a ellos. Una de las mejores decisiones que he tomado en este viaje. Era una cuadrilla encantadora y muy graciosos, y allí nos quedamos, cenando y jugando al "piedra, papel o tijera" para ver a quién le tocaba tomarse el siguiente chupito de cerveza... aunque al final bebíamos todos. Así nos dieron las 5 de la mañana y mis anfitriones me llevaron a desayunar, como quien toma un chocolate con churros, una especie de potaje cuyo nombre no recuerdo, pero que me sentó estupendamente antes de acostarme, en un chiringuito callejero recién abierto. Por supuesto, me acompañaron hasta el hostel y no se despidieron de mí hasta que me dejaron en la misma puerta.


Cenando un "hotpot" con unas coronitas en el "Café de Paris".

Al día siguiente hice un poco más de turismo y después de comer, tal y como había quedado, volví al "Café de Paris" para reencontrarme con mis amigos. Esa noche me llevaron a un restaurante muy concurrido en otro barrio y vovlieron a dejarme en el hostel después de cenar. Pues bien, en esos dos días no me dejaron pagar ni un solo yuan. Por mucho que lo intenté, no hubo manera. Les estoy muy agradecido por lo bien que me trataron y por lo que me enseñaron de historia y costumbres de la ciudad. Para que luego digan que los chinos son antipáticos...

Y así, con mucho pesar, al día siguiente me fui hacia Chengdu en tren, siguiendo mi camino hacia el sur. Había sacado mi billete en ctrip otra vez y lo había recogido en la estación con antelación, pero en un principio no me di cuenta de que el tren no salía de "Xi'an", sino de "Xi'an South". Y la cosa tenía su miga. Menos mal que fui previsor y fui con bastante antelación, porque la estación de "Xi'an South" está... a 50 km de la ciudad. Vamos, que es como si sacas un billete desde la estación de "Tafalla sur" y te mandan a Tudela o "Guadalajara sur" y te mandan a Madrid. Durante bastante tiempo el taxista y yo pensábamos que no llegábamos, pero, aunque por poco, pero lo logré. Y esta vez había tenido suerte y había conseguido sacar litera dura (que es bastante cómoda) hasta Chengdu, donde llegaría después de 12 horas de viaje (trayecto corto para ser China) por la mañana.

lunes, 19 de septiembre de 2016

De Vladivostok a Harbin

Vladivostok es una ciudad que me encantó. Aunque es una ciudad grande, el centro es bastante chiquito y se puede manejar bastante bien. El albergue en el que me alojé yo, el Teplo Hostel, la verdad es que estaba muy limpio y muy nuevo, aunque a unos 15 minutos andando de la calle peatonal y céntrica por excelencia de Vladivostok, la calle Admirala Fokina, donde también hay varios albergues y bastante majos. Por esta calle, además, se baja al paseo marítimo, que es muy agradable y donde se puede comer y tomar unas cervezas, como así hice en los días en los que estuve en la ciudad. Vladivostok es un destino turístico muy popular entre los rusos, y hay playas, aunque no muy allá, en el mismo centro.


Parte peatonal de la calle Admirala Fokina
 
Como se me acababa el visado ruso, con un poco de pereza, pero con ganas, me llegó el momento de cruzar a China. Para hacerlo, decidí que la mejor opción era coger un autobús directo que hay entre Vladivostok y Harbin. Había leído en Internet que antes había un tren que cruzaba la frontera, pero, lamentablemente, ya no existe, y la mejor opción era coger ese autobús.

El billete solo se puede sacar en la estación, que se llama Autovokzal, que está un poco alejada del centro. Se puede ir sencillo y barato cogiendo el autobús urbano número 23 en Semyonovskaya, muy cerquita de Admirala Fokina, por el módico precio de 20 rublos (unos 30 céntimos de euro).

Lenin sanferminero en la calle Admirala Fokina.
El autobús en sí me pareció algo caro, ya que me costó cerca de 40 euros. Sale de Vladivostok a las 6.30 de la mañana y tarda unas 12 horas en llegar a Harbin, dependiendo de lo que tardes en cruzar la frontera. La ventaja de ser el único viajero que no es de ninguno de los dos países por los que pasa el autobús es que la gente no quiere esperar mucho tiempo en la frontera, por lo que el conductor, al que se le veía versado en esos cruces, me apadrinó y me llevó consigo primero con los aduaneros rusos y luego con los chinos para agilizar el viaje. Y tengo que reconocer que tanto unos como otros me trataron muy amablemente y, al ser un paso fronterizo con muy poco movimiento, me hicieron un seguimiento especial y todo fue muy rápido.

Lo que me resultó curioso fue ver cómo, cuando subió la policía rusa al autobús antes de que nos bajáramos nosotros, los pasajeros eslavos hacían bromas con los agentes, mientras que los chinos estaban serios y cabizbajos. Cuando pasamos al otro lado, la historia se repitió, pero se inviertieron las caras alegres y las tristes.

Mi llegada a Harbin no fue de lo más halagüeña. Hacía mucho calor, no llevaba ni un yuan y en los primeros bancos en los que intenté sacar dinero no me dejaba porque solo admitían tarjetas chinas. En China, no en todos los cajeros puedes sacar dinero con las tarjetas occidentales (Visa, Mastercard...). Eso sí, el que nunca falla es el Banco de China... pero hay que encontrarlo. Con lo cual me tuve que hacer unos tres kilómetros andando con todo el calorazo y la mochila a cuestas. Además, para llegar al hotel tuve que pasar por un barrio que era, cuando menos, peculiar, y mi hotel parecía bastante cutre, aunque hay que reconocer que luego la habitación estaba bastante bien.

Harbin es fundamentalmente famosa por su festival de esculturas de hielo en invierno y, francamente, les compadezco, porque para tener un festival así tiene que hacer un frío tremendo, y sus veranos no son precisamente suaves, que digamos.

Lo más característico de Harbin como ciudad es su calle Central, construida a finales del siglo XIX y principios del XX con muchas influencias europeas. Es un calle peatonal de 1,5 km aproximadamente que termina en el bonito y concurrido paseo fluvial. Y no, nos os voy a hablar más de ríos, pero no me resisto a poner una foto.



Paseo fluvial junto al río Songhua, desconocido y "pequeño" arroyuelo

Pasé un par de díás relajado en Harbin paseando calle arriba, calle abajo y paseo fluvial arriba, paseo fluvial abajo, y decidí marcharme a Xi'an, donde ya había estado unos años antes. Como ya tenía mono de tren, y en realidad, porque me parece más cómodo para viajar y en China son muy baratos, utilicé por primera vez la bendita aplicación de ctrip y me saqué mi billete para Xi'an, 35 horas... sentado. La desventaja de que sean tan baratos los billetes es que se acaban en seguida, sobre todo las literas, por lo que si queréis viajar cómodos en tren (las literas están bastante bien), tenéis que sacar los billetes con bastante antelación... o tener mucha suerte.


Calle Central de Harbin

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Visado chino y otras cosas prácticas

Para el visado chino, lo más recomendable es sacarlo en Espña antes de empezar el viaje, porque tardan un poco en tramitarlo y, si no, os tocará esperar en Moscú o Vladivostok a que os lo concedan.

Los chinos, igual que los rusos, han delegado la tramitación de los visados a una empresa privada que hace que te cueste el doble. Hace unos años fui a China y gestionabas directamente el visado en la embajada, pero ahora eso se ha acabado y hay que hacerlo por medio de esta empresa. La propia página web de la embajada china te deriva a ellos (http://www.visaforchina.org/). Si quieres hacerlo presencialmente, me temo que solo tienen oficina en Madrid, en la calle Agustín de Foxá, entre Plaza de Castilla y Chamartín.

En principio tienes que presentar el vuelo de entrada y de salida del país y más o menos la reserva de los hoteles equivalentes a la mitad de tu estancia. Como yo no tenía ni vuelo de entrada ni de salida, me pidieron el billete de avión hasta Moscú y que presentara una reserva de hotel en el país que iba a ser mi destino al salir de China, en este caso, Laos.

Aquí entran en juego las maravillosas páginas de reservas de hotel por Internet y su posibilidad de reserva sin gastos de cancelación. Me preparé una ruta coherente, reservé hotel en las ciudades por las que en teoría iba a pasar (que ni siquiera), incluida una reserva en Luang Prabang (Laos), imprimí las confirmaciones, lo presenté todo en la agencia y me dieron el visto bueno. Una vez recogido el visado unos días después, anulé todas las reservas.

Las páginas que más utilizo yo para reservar hotel son www.booking.com, sin duda la estrella para mí, y www.agoda.com, que está más especializada en Asia, aunque, si bien hace unos años era mejor que booking para esta parte del mundo, ahora ya no me lo parece.

Otra página muy interesante en China, sobre todo si vais a viajar en tren, aunque también sirve para vuelos y hoteles, es www.ctrip.com. Aunque te cobra unos 2-3 euros por cada billete de tren que reservas por ella y luego tienes que recogerlo en la estación, os aseguro que merece la pena, porque está en castellano y te muestra todos los trenes que hay, las distintas opciones de asiento y litera... y eso, en un país tan complicado para el idioma como China, no tiene precio.

Por supuesto estas páginas también están disponibles en aplicaciones para los móviles.

Muy práctica para China también es WeChat, que utilizan todos los chinos y puede funcionar como whatsapp y creo que para muchas otras cosas que yo no descubrí.

Y otra aplicación de móvil que no se me puede olvidar, y que no vale solo para China, sino para todo el mundo, es maps.me. Es una gozada. Tienes mapas de todo el mundo que te descargas en tu móvil y luego puedes usar offline. De verdad, probadla allá donde vayáis, porque es impresionante. Y, al estilo de googlemaps, también te calcula rutas, te muestra hoteles y restaurantes, etc., pero con esa gran ventaja de que además se puede utilizar offline una vez que te has descargado el mapa del país o la zona en la que estás.

A raíz de esto, solo me queda por comentar que todo lo que es de Google no funciona en China: ni el correo, ni googlemaps... ni blogs como este que también están en una página que depende de Google.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Historias del tren 3

Subí al compartimento y había dos personas en él. La primera impresión no fue del todo buena. Dos personas de cincuenta y tantos, bastante orondas, descamisadas y una de ellas con un tanque tatuado en el brazo. Las perspectivas no eran muy halagüeñas.

Nada más entrar, muy amables, me indicaron mi litera y entablaron conversación conmigo. Eso sí, por supuesto, ellos en ruso y yo en inglés. Se presentaron como Grisha y Misha, y hasta ellos mismos se rieron. Y 55 horas de viaje dan para mucho. Entre otras cosas, para que Grisha me hiciera ver una película surrealista en ruso en su móvil de la que que no me pude escaquear porque me encajó el móvil en la mano. Hora y media de película. En ruso, insisto.

Después de ver la película, me escurrí lo más educadamente que pude hasta el vagón-restaurante, donde cené con una pareja de australianas que estaban de vacaciones y tres arqueólogos de Seattle que habían acabado la temporada de excavación en Chitá y volvían para su país.

Al volver a mi compartimento, Grisha y Misha estaban dando buena cuenta de su cena, de la cual, por supuesto, me ofrecieron. Cuando acabaron, con una sonrisa pícara Misha sacó una botella de vodka y tres vasos, y me ofreció uno de ellos. Yo, como soy un tío muy educado y no quería hacerles un feo,  con un perfecto "nasdrovia" me encajé mi vaso del tirón. Y os aseguro que el concepto de chupito ruso no tiene nada que ver con el nuestro.

Después del lingotazo, y para que no nos sentara mal, nos tomamos una rodaja de embitudo con un poco de pan. Y así hasta acabar la botella y empezar una segunda... y a dormir como tres angelitos.

Grisha, a la derecha, y Misha, a la izquierda, fantásticos compañeros de viaje. En la mesa, el vaso de "chupito".



El día siguiente continuó la rutina del viaje, afortunadamente ya sin más vodka. En los trenes rusos, y esa es una diferencia que luego observé con los trenes chinos, los vagones se convierten en una pequeña comunidad en donde todos se ayudan y todos cuidan de los niños de los demás aunque no se conozcan de nada. La verdad es que daba gusto verlos y envidia en ese aspecto.

Como yo era el único extranjero del vagón y Grisha y Misha muy simpáticos y sociables, nuestro compartimento se convirtió en el lugar de reunión de todo el vagón. Por allí pasasron unos marineros que iban a Vladivoistok a unirse a sus barcos, una familia de buriatos (los buriatos son el grupo étnico minoritario más grande de Siberia) cuya hija hablaba algo de inglés y que me enseñó algunas palabras en su idioma que, por supuesto y lamentablemente, ya he olvidado, y alguno más que pasaba por allí.

Esa noche cené con las autralianas y los estadounidenses en el bar (buena clase de inglés), me retiré pronto al compartimento donde aún pasó alguien más a charlar un rato, y a dormir. Y a la mañana siguiente, por fin, 9.260 km después, llegué a mi destino final, Vladivostok.


Estación de Vladivostok, final del ferrocarril transiberiano.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Irkutsk y el lago Baikal, y hasta Chitá

Curiosamente, la catalana, el argentino y yo estábamos en el mismo "céntrico" según Booking hotel de Irkutsk. Cogimos un taxi entre los tres y nos llamó la atención una cosa muy curiosa. Había coches con el volante a la izquierda y otros con el volante a la derecha, pero no uno o dos, sino muchos, y, evidentemente, el sentido de la circulación era el mismo que en el resto de Rusia, o sea, el mismo que en España. El taxista nos dio la explicación. Antes era mucho más barato comprar los coches en Japón, donde se conduce en el mismo sentido que en el Reino Unido, y por eso había muchos coches ya un poco anticuados con el volante a la derecha. Como ahora ya no les salía a cuenta, todos los nuevos tenían el volante a la izquierda. Como comprenderéis, acojonaba un poco ir en un coche viejo con el volante a la derecha, circulando como si lo tuvieras a la izquierda y con un taxista que no era precisamente un dechado de paciencia y prudencia.

Decir que el hotel estaba céntrico es como decir que el campo de fútbol está en el centro de Tafalla o que Moratalaz está en el centro de Madrid. Vamos, que estábamos bastante lejos por decirlo de manera suave. Como no teníamos nada que hacer, compramos algo pare cenar en un supermercado y nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente nos fuimos a Litvinskaya, en el lago Baikal. Es una ciudad turística para a poco más de una hora de Irkutsk donde te puedes dar un baño y relajar un poco. La mejor forma de llegar es coger un minibús público en la estgación de autobuses que por un módico precio te deja en el pueblo.

Llegamos pronto y nos recorrimos la ciudad en media hora, porque es solo una calle alargada a la orilla del lago donde hay varios hoteles y restaurantes. Desde ahí se pueden hacer excursiones en barco por el lago, cosa quue mis dos acompañantes aprovecharon para hacer, no así yo, que preferí darme un baño en el lago (el agua estaba fría, pero no tanto como en el Pirineo). Quedamos a su vuelta para tomar unas cervezas y cenar.

Fui a esperarlos a su llegada de la excursión y vinieron acompañados de un polaco-estadounidense de unos cincuenta y tantos años muy agradable que habían coinocido en la excursión. Pues bien, una cosa lleva a la otra, un cerveza lleva a la otra, aparecieron una pareja de rusos con una botella de vodka, y acabamos allí todos de fiesta bailando de aquella manera en una terraaz con vistas al lago. Memorable tarde-noche.

Terracita sobre el Baikal. Aquí cayeron unas cervezas, unos bailes y algún vodka, y no, no se cayó nadie

Esa misma noche ya me despedí de todo el mundo porque a la mañana siguiente yo me iba para Khuzhir, en la isla de Olkhon, para lo que tenía que levantarme pronto, volver a Irkutsk, y allí, en la misma estación de autobuses, coger otra furgoneta (560 rublos) y, en unas 6-7 horas, depende de lo que tengas que esperar al ferry para cruzar a la isla, te plantas en Khuzhir.

Sobre este viaje tengo que comentar un par de cosas. En Siberia, en verano, hace calor, mucho calor. Y la carretera hasta la isla solo está bien asfaltada en el primer tramo. Además, te puede tocar un conductor locuelo como el que me tocó a mí, que no es que frenara cuando había un bache, sino que , con cierto sadismo por su parte, yo creo que aceleraba. Con esto quiero decir que, si queréis ir a Olkhon de esta manera, intentéis llegar pronto par coger la furgoneta y poder sentaros en una de las primeras filas, porque, como os pase como a mí, que me senté en la ultima fila, entre el calor y los botes que pegaba, alguno de los cuales casi dio con mi cabeza en el techo, fue un viaje muy desagradable.

Tuvimos la mala suerte, además, de que de los dos ferries que hacen el trayecto entre la isla y el continente (unos 15 minutos), uno se había estropeado. Si le añades que era temporada alta, eso hizo que el tiempo de espera fuera bastante elevado, aunque, después del suplicio del viaje hasta allá, a mí me parecía que estaba en el paraíso.



Esperando al ferry

Por fin llegamos a Khuzhir ya de noche. Es un pueblo pequeño que vive del turismo. Por eso, si vais en temporada alta os recomiendo reservar habitación con antelación porque el alojamiento es bastante caro y, si hay algo barato (que en realidad no sé, porque como soy como soy, reservé habitación mientras esperaba para cruzar con el ferry y me salió caro), en seguida se agota. En toda la isla no hay cajeros (si es que no espabilo, llegué sin dinero a la isla, cosa que ya me pasó hace bastantes años con Antoni en Estonia, pero el hombres es el único animal que cae dos, tres... veces en la misma piedra) y no se puede pagar con tarjeta. La única manera de conseguir efectivo es en la oficina de los eficacísimos correos rusos, pero, para qué arriesgar...

La isla es un remanso de paz y un buen sitio para descansar unos días. Se pueden hacer excursiones en barco o alquilar bicis para recorrer la isla, eso ya.. a gusto del consumidor.

Calle de Khuzhir. Al fondo, el lago

Después de tres noches en la isla me volví para Irkutsk, en un viajes mucho menos accidentado que el de la ida, y me alojé en el City Hostel, totalmente recomendable, mucho más céntrico que el anterior. Allí me fui a cenar con una pareja de Grecia y Estados Unidos, trabajadores de Médicos sin Fronteras que habían pasado año y medio en Birmania y que me hablaron fenomenal del que sería otro de mis destinos de este viaje.

La ciudad la visité igual que Ekaterimburgo, siguiendo la línea amarilla en vez de la roja, y al día siguiente fui en autobús a la estación de tren, que como todas las del Transiberiano, era bastante imponente y me subí al siguiente tren que poco a poco me acercaba a mi destino final, Vladivostok.

Tras 20 horas de viaje llegué a Chitá, ciudad que lo único que tiene reseñable es que es un buen sitio para hacer un descanso entre Irkutsk y Vladivostok. Es una ciudad tranquila y no muy grande, con un parquecillo curioso donde había alguna actuación aún no sé muy bien de qué y donde cené fenomenal y a buen precio en un pequeño restaurante. Pasé la noche y al día siguiente cogí mi último tren de la ruta del Transiberiano entre Chitá y Vladivostok, 55 horas de viaje (dos noches), esta vez, por mi falta de previsión o, en realidad, por mi ausencia de necesidad de previsión, en un vagón de segunda clase, litera superior. No sabía si sería mejor o peor, pero creo que, gracias a mis compañeros de compartimento, fue todo un acierto. Pero ya os los presentaré más adelante, que aún me estoy subiendo al tren en la estación de Chitá.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Historias del tren 2

Y allá que me fui otra vez a coger el tren, en mi litera inferior paralela a las ventanas de mi vagón de tercera, desde Ekaterimburgo hasta Irkutsk, nada más y nada menos que 55 horas de viaje (dos noches), eso sí, esta vez, y aún sin saber por qué, con aire acondicionado.

Por cierto, una cosa que no he comentado antes (porque se me ha olvidado), pero que es importante para el que quiera hacer el Transiberiano, es que en cada vagón del tren hay un par de enchufes. Los enchufes son como los europeos, de dos agujeros. Como podréis comprender, conseguir enchufar cualquiera de los aparatos que lleves es toda una odisea. Siempre hay alguien que ha llegado antes que tú. Los que os recomiendo es llevaros un ladrón, porque así podéis enchufar vuestro aparato sin desenchufar el que ya está enchufado.

En este trayecto casualmente volvimos a coincidir la catalana, el argentino y yo, que volvían a retomar el viaje desde la ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme.

El paisaje hasta las cercanías de Irkustk, hasta que empezamos a bordear el lago Baikal, era bonito, pero monótono. Extensiones llanas y muy boscosas de un intenso verdor. Según íbamos avanzando hacia el este también se notaba un cambio en la fisionomía de la gente. Cada vez había menos eslavos y más asiáticos. Estos dos días fueron bastante tranquilos.

La segunda mañana me fui a desayunar al vagón-restaurante después de una de las paradas de media hora. Estaba solo tomándome un té (eran las nueve de la mañana) cuando apareció un ruso también solo para tomar lo que yo pensaba que era su desayuno. En el tiempo que yo me bebí un té, él se encajó cuatro (sí cuatro) cervezas, y allá lo dejé, encajándose cervezas. A las tres de la tarde, cuando iba desde mi vagón a saludar a la catalana y al argentino, que estaban en otro, la encargada del mío no me dejó pasar y me dijo amablememte que me esparara cinco minutos. Estando allí, se entreabrió la puerta entre los dos vagones y allá estaba mi excompañero de desayuno inconsciente tirado en el suelo. Estábamos parados en una estación. Pues bien, lo subieron en volandas entre dos, cogieron las monedas y lo que se le había caído al suelo, se lo metieron en los bolsillos y lo dejaron en el andén. Nunca he sabido si tenía maletas o no, si se las bajaron o no, y si aquella era su parada o no, pero allá se quedó.

Y 55 horas después, llegamos a Irkutsk.
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Cambian las gentes y cambia la comida. Mujeres vendiendo pescado seco del Baikal en una de las paradas