jueves, 4 de agosto de 2016

Moscú 1 (aeropuerto y llegada a la estación)

Ya solo, cogí un  avión de la clásica pero a veces un poco temida Aeroflot, las líneas aéreas rusas, de Budapest a Moscú. Parece que está ahí al lado, pero son 2,30 horas de vuelo, que es casi como ir de Madrid a Canarias.

Después de un vuelo sin incidentes y unos trámites burocráticos sorprendentemente cortos y sencillos (si la burocracia soviética levantara la cabeza), me encontré por primera vez en este viaje fuera de la Unión Europea y por primera vez en mi vida en la mastodóntica (me refiero a su extensión) Rusia.

Llegados a este punto, voy a hacer un breve incisio a propósito de la escritura. Nosotros, ciudadanos occidentales de herencia latina, estamos acostumbrados a ver todo en este magnífico y sencillo alfabeto en el que estoy redactando. Aunque cambiemos de país, al menos podemos leer lo que vemos y reconocer los nombres de las ciudades, algunas palabras... Pero eso no es así en todo el mundo. Ni mucho menos. De hecho, cuando te bajas del avión en Moscú ya te das cuenta de que no reconoces la escritura como sí lo podías hacer en Budapest. Los que dimos griego en el bachillerato aún podemos reconocer algo y con un poco de imaginación entender por los menos las ciudades, porque al fin y al cabo el alfabeto cirílico (el de aquí, vamos) está basado en el que los monjes Cirilo y Metodio inventaron para poder traducir la Biblia a las lenguas eslavas. Aun así, no todo es fácilmente reconocible. Y eso  no es nada comparado con lo que me queda a partir de ahora: escritura china, laosiana, tailandesa, birmana... Vamos, que salvo que gentilmente quieran que me entere de algo y me lo pongan en inglés, voy a ser totalmente analfabeto hasta que caiga por Nueva Zelanda allá por el mes de octubre.

Como había sido previsor, y gracias a la magia de Internet, me había sacado un billete para el tren que te lleva del aeropuerto Sheremetyevo al centro de Moscú, que es la mejor opción sin duda para bajar. Me costó un euro más, pero, pensando en las posibles dificultades de adquirirlo in situ, me decidí por la opción más "cara". Bueno, pues no me importa porque era un euro, pero para el que no quiera gastárselo, es sencillísimo adquirirlo en el propio aeropuerto. Todo está muy bien indicado, y todavía (y recalco el todavía) en inglés y alfabeto latino.

El tren es cómodo y no tiene pérdida, porque la única parada es la última, lo que es un detalle cuando llegas todavía un poco emapanado y no tienes muy claro a qué parte de Moscú vas. Así no hay duda, te bajas donde te dejan. Eso sí, ayuda, y mucho, que la RZD (la Renfe, ¿qué os pensabais?) rusa tenga wifi en la línea del aeropuerto al centro, con lo que puedes consultar en Internet cómo ir a tu hotel, por supuesto, en el archifamoso metro moscovita.

Y una vez llegados a la estación Belorrusky, sales ya por primera vez a las calles de Moscú.

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