lunes, 12 de diciembre de 2016

Bagan

Desde Mandalay fuimos a Bagan. Era nuestro último destino antes de volver a Rangún para coger el vuelo de vuelta a Bangkok, y habíamos oído hablar mucho y muy bien de ella, y la verdad es que colmó todas nuestras expectativas.

El viaje desde Mandalay se puede hacer por tierra, mar (río en realidad) o aire. El avión es una buena opción si sacáis los billetes con antelación, cosa que nosotros no hicimos, por lo que resultaba bastante caro. Hay un barco rápido (unas 10 horas) y uno lento (cerca de dos días, va parando en todos lados como un autobús). Al final, nosotros nos decantamos por el autobús, que tarda unas ocho horas.

Llegados a este momento, me gustaría hacer una breve reseña sobre los ingenieros o diseñadores de algunos autobuses que circulan por Birmania. Me gustaría tener a alguno de ellos delante para decirle cuatro cosas. En uno de ellos, no pude bajar la pierna en las 7-8 horas de trayecto porque estaba justo encima de la rueda y no me quedaba espacio para colocarla en otro lado (y quien me conoce sabe que nos soy Gasol, precisamente). En este viaje le tocó a Susana sufrir las consecuencias de que el que se sienta en la fila posterior a la puerta de salida no puede estirar las piernas. Literalmente. En vez de tener una barra y poder pasar los pies por debajo de ella, hay una mampara que te lo impide. Así, ocho horas de noche. Vamos, un viaje de lujo.

Llegamos a Bagan por la mañana. Para entrar en la zona arqueológica, donde también están los hoteles, hay que pagar una entrada de 25.000 kyats (unos 18 euros) para tres días. Y es imposible librarse, porque te la cobran en el mismo autobús y también en el aeropuerto si llegas en avión según nos dijeron (imagino que también te la cobrarán en el puerto si vienes en barco). Conviene llevarla siempre encima, porque, aunque a nosotros nunca nos la pidieron, sí nos contaron casos de gente a quien se la había pedido la policía turística.


Vista desde uno de los mñas de 2.000 templos que se mantienen en pie

Nos alojamos en el Bagan Emerald Hotel. Está alejado del centro, pero es un hotel de lujo a precio mochilero. Además, alquilan motos eléctricas, que sin duda es la mejor forma para visitar el sitio arqueológico, que es enorme. Eso sí, conviene que cenéis en el pueblo u os llevéis comida, porque digamos que lo mejor que tienen no es su comida ni mucho menos.

A Bagan la comparan con Angkor Wat en Camboya, pero, particularmente, a mí me gustó más. Quizá fuera porque no lo vi tan masificado, por la compañía, por la sensación de libertad que te da visitarlo en moto, qué sé yo, pero, si me dan a elegir, me quedo con Bagan.

Llegamos unas semanas después del grave terremoto que asoló Birmania (como fue a la vez que el de Italia, en Europa no nos enteramos mucho) y que dejó huellas en algunos de los templos. Aun así, se calcula que hay unos 2.200 templos en pie, lo que hace de Bagan un lugar que no podrás explorar completamente, pero mágico también por eso. Y las puestas de sol son espectaculares (supongo que los amaneceres también, pero de eso no os puedo dar referencias).

Atardecer en Bagan. Una vez más, tengo que decir que ni la cámara ni el fotógrafo hacen honor a la realidad

La verdad es que pasamos tres días allí maravillosos visitando los templos y los núcleos urbanos con nuestras motos y aprovechando la estupenda piscina del hotel cuando volvíamos por la noche al alojamiento. Pero todo lo bueno se acaba y nos tuvimos que volver de nuevo a Rangún para pasar nuestro último día en Birmania y volver a Bankok. De ahí, Loirdes y Susana se volverían para España y yo continuaría por Tailandia rumbo a Malasia.

Procesión por las calles de Nuevo Bagan

jueves, 24 de noviembre de 2016

De un tren birmano y de Mandalay

Pues bien. Puntualmente estábamos en la estación para coger el tren, que, por supuesto, salió con algo de retraso. Las opciones eran dos. Ir hasta Mandalay, con una parada técnica de casi dos horas en  Pyin Oo Lwin más otras cinco horas hasta Mandalay, o bajarnos en esa estación y buscar un medio de trasporte alternativo más rápido. Como el precio del billete hasta Mandalay era el equivalente a unos tres euros, sacamos el billete hasta Mandalay, aunque la idea era bajarnos en Pyin Oo Lwin (ya pasado el puente de Gokteit) e intentar coger allí el bus.

El tren birmano es toda una experiencia. Es lento, lo que te permite apreciar el paisaje, que es muy bonito, pero vas botando como si fueras por una carretera llena de baches. Yo iba detrás de Lourdes y Susana y era muy gracioso ver cómo sus cabezas subían y bajaban. Además, cuando subimos vimos que el vagón estaba lleno de hojas y pensamos que no limpiaban mucho, pero en realidad es que vas con las ventanillas abiertas y, como allí la vegetación crece mucho y muy rápido, de vez en cuando te llevas algún susto porque entra alguna rama por la ventana y deja unas cuantas hojas en el suelo, a veces después de darte alguna caricia que otra.

En algunas paradas puedes bajar y comprar algo de comida o de bebida, pero hay que tener cuidado, porque no avisan y en una de las paradas nos subimos cuando el tren echaba a andar, aunque, a las velocidades a las que va, no fue una cosa demasiado problemática.

Mujeres vendiendo comida en una parada. Y sí, ese era nuestro tren

A las cuatro horas o así llegamos al puente de Gokteit. El tren aminora la velocidad, lo que no es fácil, porque ya de por sí va bastante lento. Esto te permite apreciar el viaducto tranquilamente y durante un buen rato. Tiene más de 100 metros de altura y unos 700 metros de longitud, además, en curva. Y chirría, lo que, aunque sabes que pasa por ahí dos veces al día, te da qué pensar, sobre todo cuando ves el río allá abajo, muy abajo.

Viaducto de Gokteit. No se aprecia su grandeza, qué le vamos a hacer, doy para lo que doy.

Y el río al fondo, muy al fondo.

Llegamos a Pyin Oo Lwin sin mayores contratiempos y, efectivamente, nos ahorramos bastante tiempo por muy poco dinero más cogiendo un autobús allá hasta Mandalay.

Mandalay decididamente no está entre mis 10 ciudades favoritas. Ni entre las 100. Creo que con eso digo todo. Aprovechamos los días que pasamos allí para hacer alguna excursión, que tampoco es que fueran la leche. Lo más aprovechable fue cruzar el río (otro enorme río) en el ferry para ver los restos arqueológicos de Mingun e Inwa. El monasterio Maha Ganayon Kyaung os lo podríais saltar. Se ha convertido en un reclamo turístico donde la gente va a ver cómo se les reparte la comida a los monjes. Para mí, una especie de circo. Y, por supuesto, siempre Myanmar, nunca Mandalay (cerveza).

Después de Mandalay nos quedaba la joya de la corona, Bagan. Para ir allá cogimos un autobús que nos llevaría a nuestro último destino antes de volver a Rangún para coger el avión de vuelta a Bangkok.

Niñas estudiando en un monasterio budista cerca de Mandalay. Iba a poner una foto de la basura de Mandalay, pero para qué


martes, 22 de noviembre de 2016

Hsipaw

Cogimos un autobús a media tarde (en realidad no hay una estación de autobuses, se coge en una especie de oficina en el centro del pueblo del lago Inle) a las 15.30 para aprovechar viajando por la noche (y así de paso ahorrarnos una noche de hotel, que todo cuenta). El paisaje, una vez más, era espectacular, aunque el trayecto fue un poco movidito por las curvas. Este es un buen momento para comentar que, si viajáis en autobús por Birmania, os daréis cuenta de que en todos los atobuses hay bolsas por si te mareas, lo que es una buena precaución, porque realmente la gente se marea y mucho. Yo no sé si es algo genético, si es que no están acostumbrados a viajar o si se ponen tifos antes de salir y luego echan todo lo que se han trajinado unas horas antes. Porque la verdad es que vomitan mucho y muchos. A veces el olor del autobús puede llegar a ser un poco desagradable.

Debíamos llegar a las 5.30 de la madrugada a Hsipaw. Y digo debíamos, porque a las 4.00 aproximadamente nos despertaron para decirnos que ya habíamos llegado. De todos los países que he visitado, Birmania es el único en el que varias veces he llegado antes de la hora establecida. Esto, que puede ser motivo de regocijo si llegas a las 19.00, no lo es tanto cuando lo haces a las 4.00 en vez de las 5.30, porque, tú me dirás qué haces. También hay que decir que en Birmania no se pasa miedo ni aunque sean esas horas. Pero ahí estábamos los tres, a las 4.00 de la mañana, en la calle principal de Hsipaw, sin nada abierto a nuestro alrededor. Decidimos ir al hotel que teníamos reservado para las siguientes noches a ver si colaba... y coló. Se portaron fenomenalmente con nosotros, nos dejaron entrar en la habitación a esas horas sin cobrarnos nada más, lo que le agradecimos profundamente. Todo, menos una cosa. Nos metió en una habitación que para nosotros era la definición de lujo asiático. Era impresionante. No podíamos creernos que costara el dinero por el que la habíamos resrvado... y efectivamente no lo hacía, porque se habían equivocado de habitación. Había como dos hoteles en uno: el de ricos y el de pobres. Nos metieron en una habitación del de ricos, pero a las ocho de la mañana volvimos a nuestra cruda realidad en el de pobres. Eso sí, durante unas horas viajamos como la gente con pasta y no nos costó nada.

Trabajando el campo en los alrededores de Hsipaw
El día siguiente alquilamos unas bicis en el mismo hotel (Lily the House, ya sabéis, si tenéis pasta, a la parte de los ricos, si no, a la de los pobres, en cualquier caso está bien y con un buen desayuno en una terraza muy chula), muy baratas, y pasamos el primer día como en Verano Azul recorriendo los alrededores del pueblo (es todo bastante llano, así que no hay ningún problema), y dejamos el trekking del que tan bien nos habían hablado para el segundo día. El trekking chulo era de dos días, pero, como no teníamos tiempo, hicimos la parte del primer día andando y decidimos hacer la del segundo en motos yendo de paquetes. Además, nos habíamos unido a una pareja de barceloneses que también lo hicieron con nosotros.

El paisaje la verdad es que es más espectacular que el de lago Inle. Si vais a hacer trekking y solo podéis hacer uno, yo os recomendaría este. Eso sí, todo iba muy bien hasta que empezó a llover como si fuera el comienzo del diluvio. Bastante suerte habíamos tenido hasta entonces, ya que, salvo el día de Hpa'an, no habíamos sufrido la estación de las lluvias. Pero lo mejor venía después. Teníamos que bajar en las motos, por unos caminos de cabras estrechísimos y totalmente embarrados y a ratos lloviendo otra vez. Ahora os puedo decir que fue una de las mejores experiencias del viaje y que nos lo pasamos estupendamente. Además, solo nos llovió al final del trayecto (diluvió, mejor dicho) cuando ya estábamos saliendo a la carretera y nos acercábamos a la ducha caliente. Pero en aquel momemto hubo momentos de algún acojone (lo siento, pero no me sale otra palabra más adecuada para describirlo), porque, como os podéis imaginar, tampoco es que fueran unas motos ultramodernas y segurísimas totalmente adecuadas para la conducción en esas condiciones. Ni muchísimo menos. Pero, repito, fue uno de los momentos estelares del viaje, y atravesamos unos de los paisajes más bonitos de los que vimos en Birmania. Pero, por razones obvias, no tengo ninguna foto de esa parte.

A esta cascada llegamos con las motos. A partir de aquí ya fue coser y cantar, pero justo aquí empezó a diluviar

El resto os lo podéis imaginar: una buena ducha, una buena cena y a la cama. A la mañana siguiente cogíamos el tren para ir a Mandalay (sale a las 9.40, solo hay uno), que atraviesa el famoso (y con razón) viaducto de Gokteit y que como tantas otras cosas en Birmania, es baratísimo (unos 4 euros), pero tarda unas 12 horas en llegar, a su ritmo.
 
Lo siento, pero no puedo resistirme con los trenes y las estaciones. Esta es la estación de Hsipaw (parece más de lo que realmente es).






lunes, 14 de noviembre de 2016

De Hap'an al lago Inle... pasando por Kalaw

El autobús nos llevó por una carretera preciosa (aunque casi todo lo hicimos de noche y durmiendo) hasta Kalaw, donde nos dejó de par de mañana en la carretera. Allí había unos chavales con unas motos que se ofrecieron a llevarnos bastante barato hasta el hotel que habíamos reservado, y menos mal que aceptamos, porque, aunque se estaba bien a la fresca mañanera, había más distancia de la que pensábamos y con bastante cuesta. El hotel (Thitaw II) era una maravilla. Lo lleva un belga que lleva muchos años viviendo en Birmania y está muy cuidado y limpio. El señor es encantador y los desayunos... se me saltan las lágrimas al recordarlos.

Kalaw, además de ser una ciudad agradable, es el origen para hacer un trekking de dos o tres días al lago Inle. Habíamos leído en Internet y nos había comentado gente que conocimos por allí que la mejor compañía para contratar el trekking era Sam Family, y así lo hicimos. Y la verdad es que salió todo fenomenal.

El precio creo que fueron 36 dólares (íbamos cuatro personas y la guía, y no hacen grupos de más de seis además del guía) e incluye la comida de los dos días, la noche en una casa de lugareños a mitad de camino y la guía, además de que te llevan los macutos al hotel que hayas reservado en el lago Inle. Un chollo, vamos. Además, nuestra guía era encantadora. Íbamos ella, nosotros tres y un neozelandés que me sacaba dos cabezas (cosa que tampoco es tan difícil).

Vistas entre Kalaw y el lago Inle

Nos hizo un tiempo espectacular y solo llovió cuando habíamos parado a comer. Teniendo en cuenta que era estación de lluvias, una suerte. El camino no es duro, y se puede hacer sin problemas, y las vistas son preciosas. Al caer la noche llegamos a una aldea donde nos tomamos unas cervezas (Myanmar, por supuesto) con el neozelandés (que me dio algún consejo para mi viaje a Nueva Zelanda) y dormimos en unos colchones en el suelo de la casa de una familia, donde nos dieron de cenar estupendamente. Y a las seis estábamos de pie desayunando, pero es que la gente de la aldea estaba ya trabajando a esas horas en el campo.

Llegamos al lago Inle al día siguiente a la hora de comer. Luego hicimos un trayecto en barca de una hora y media hasta el pueblo donde están están los hoteles y restaurantes. Habíamos elegido un hotel al borde del lago que la verdad es que estaba muy bien y tenía una terraza para los desayunos con muy buenas vistas, pero tenía un problema que tienen todos los hoteles al borde del lago. El ruido de los motores de las barcas es infernal, empieza a sonar a las seis de la mañana y ya no para hasta la noche. Realmente es muy molesto, por lo que os aconsejo que, si vais, escojáis un hotel en el interior del pueblo y no al borde del lago.


Pescadores en el lago Inle.

Desde Inle hicimos una excursión por el lago a ver un par de monasterios, pero tampoco fue lo más interesante del viaje. Lo que sí fue interesante como experimento cultural fue la cata que hicimos de dos botellas de vino birmano. Una era tipo Oporto y no estaba mal del todo. La otra era de tipo... bueno no sé. Pero por supuesto nos la bebimos.

Y de ahí, alguno con un poco de resaca (no diré nombres), cogimos otro bus nocturno para ir a Hsipaw, donde pensábamos hacer otro trekking que también habíamos leído que estaba muy bien.

Qué mejor que una buena botella de vino birmano para meterse entre pecho y espalda


domingo, 13 de noviembre de 2016

De Rangún A Hpa'an


Y llegamos a Birmania sin mayores complicaciones. La aduana la pasamos en un momento entre las sonrisas (que nos acompañarían el resto de nuestro viaje por ese país) de los funcionarios del aeropuerto.

Rangún (o Yangón, que es lo mismo, aunque la forma tradicional de escribirlo en castellano es la primera), bonita, lo que se dice bonita, pues no es. Vamos, que si te la saltas, tampoco te pierdes nada. Si, además, llegas un día de la estación lluviosa que jarrea sin parar, pues aún te llama menos la atención. O te dan ganas de salir corriendo más deprisa, depende de cómo se mire. Y como curiosidad, decir que ya ni siquiera es la capitaal del país, honor que recae en Nay Pyi Taw (premio al que conociera la respuesta).

Lo único que tiene Rangún realmente impresionante es la pagoda de oro o pagoda Shwedagon, que debe serlo realmente, pero que por necesidades del guion me perdí, aunque mis dos amigas ejercieron como enviadas especiales y me dijero que me había perdido una de las mejores cosas de Birmania.
El viaje a Hpa'an lo hicimos en autobús que es una manera barata y cómoda de viajar en Birmania, aunque a veces no sea rápida, pero los paiasjes suelen ser espectaculares
.
En Hpa'an, buena ciudad para visitar, mientras tomábamos un café, vimos por primera vez practicar un deporte que luego nos cansaríamos de ver a lo largo de toda Birmania. Lo juegan tres personas en cada equipo, separados estos por una red como la de voleibol, pero solo se le puede dar a la pelota (que está hueca) con la cabeza o con el pie, pero no con la mano. Es realmente difícil y son verdaderos especialistas. El día que se haga deporte olímpico, seguro que arrasan.

Jugando al voleibol con el pie al borde del río en Hpa'an.
Hpa'an es una ciudad interesante, sobre todo por las excursiones que se pueden hacer. Nos alojamos en el Soe Brothers 2, que está un poco más lejos del centro (dentro de que es una ciudad pequeña y se puede ir andando), que está mejor que el 1. Allí mismo se pueden contratar las excursiones a unos precios muy razonables. Hay varias grutas que se pueden visitar en el mismo día, que están repletas de budas, y se puede subir a alguna colina desde donde hay unas vistas espectaculares. En una de las cuevas una mujer se me acercó y me chilló. "Snake, snake" ("Serpiente, serpiente"), y cruzó corriendo. Era una serpiente no muy larga de un verde muy chillón. No sé cuán venenosa era, pero no me quedé a averiguarlo.

Santuario-gruta en las cercanías de Hpa'an.


También en Hpa'an vimos una cosa que, según habíamos leído en Internet, no podía suceder. Monjes o estudiantes para monjes budistas jugando al fútbol. No os creáis todo lo que leáis en Internet...

Pasamos otro día más en Hpa'an donde descrubimos realmente por primera vez qué significa estar en Birmania en temporada de lluvias. Nos cayó una manta de agua impresionante, pero son gajes del oficio. Lourdes y Susana hicieron una pequeña excursión a la que yo no me apunté (porque no pude) y luego nos dedicamos a comer una ensalada muy rica (de cuyo nombre lamentablemente no puedo acordarme) y toimar una cerveza (mucho más rica la Myanmar que la Mandalay), y a hacer tiempo para coger el autobús nocturno para Kalaw, con la idea era hacer un trekking de dos días y una noche hasta el lago Inle.


Concentración de budas en una cueva


miércoles, 19 de octubre de 2016

Algunos apuntes sobre el visado y los vuelos a Birmania

Lo más sencillo es solicitar el visado por Internet. Te recomiendan tener billete de entrada y salida del país, aunque luego en el formulario no te los piden. Pero, lo que parecí ser un mero trámite, rellenar el formulario, pagar y ya está, días después resultó no ser tan mero trámite, porque a un amigo con el coincidí en Tailandia más tarde se lo denegaron sin razón aparente y con la consiguiente pérdida del dinero que ya había pagado. El datoe s sorprendente, y más lo es aún que no le dieran explicaciones, por lo que en realidad no sabía por qué se lo habían denegado.

En cuanto a los vuelos, los directos a Birmania suelen ser caros. Una buena opción es volar a Bangkok (que suele tener unos precios mucho más asequibles), y de ahí volar en compañías de bajo coste a Birmania. Una de las mejores y más fiables es AirAsia, que tiene su base en Kuala Lumpur, pero viaja a muchos países, incluidos Nueva Zelanda y Sri Lanka, por ejemplo, pero hay otras muchas.

De Vientián a Bangkok

Al día siguiente me tocaba pasar otra frontera, esta vez de Laos a Tailandia. Vientián está muy cerca de la frontera y se puede ir en autobús de línea o reservar una plaza ern el hostel para que te lleven por un módico precio. Te en cuenta que probablemente la ruta incluirá paradas en otros hostels para que no vayas apurado, aunque en el hostel ya te dirán cuándo tienes que salir.

La manera más fácil de cruzar la frontera es coger un tren en la estación Thanaleng (donde te dejará el tuk-tuk que hayas reservado en el hostel o el autobús) que en 15 minutos, tras haber pasado el correspondiente trámite de salida de Laos (sin sobresaltos) y cruzar el puente de la Amistad, te deja en la estación de Nong Khai ya en Tailandia. El cruce de la aduana fue un mero trámite y en seguida estaba ya en territorio tailandés. Y entonces sucedió una cosa curiosa. Justo a las 18.00 sonó una música (que supongo que era el himno) y todo el mundo se puso de pie, y los de la Renfe tailandesa saludando militarmente.

El pequeño tren laotiano qie cruza el puente de la Amistad y te deja en Tailandia

El tren nocturno para Bangkok salía hora y media después, y hay que decir que los trenes tailandeses son cómodos, limpios y baratos. Para mí, sin duda, la mejor opción para viajar desde la frontera hasta Bangkok. Puedes reservar litera (si se hace con algo de tiempo) y yo viajé durmiendo como un niño (de hecho, fui el último que se despertó de mi vagón) hasta que por la mañana llegué a Bangkok, donde además me iba a encontrar con dos amigas, Lourdes y Susana, con las que iba a pasr casi tres semanas en Birmania, además de tres días en la capital tailandesa.

Otra cosa que hay que decir de los trenes tailandeses es que está prohibido beber alcohol. Unos italianos que iban en grupo subieron con unas cervezas y en seguida el revisor les indicó que las guardaran.


Estación de Nong Khai y el tren que me llevó hasta Bangkok
Bangkok es una ciudad que me sorprendió para bien. Es bastante ordenada con amplias avenidas donde por todas partes se veían las fotos del rey, que unos días después murió a las 90 años. Pero no solo fotos, sino que le dedican pequeños altares. También lo vi en las estaciones de tren del país.

Nos alojamos en un hotel bastante majo, el Roof View Place, que está en un barrio muy majo con hostels y restaurantes, y muy cerca de Khao San, pero sin el inconveniente del ruido de este barrio, mucho más populoso. Eso sí, vayáis donde vayáis, os recomiendo habitación con aire acondicionafo, por lo menos en agosto-septiembre, porque hací un calor insoportable en la ciudad.

Disfrutamos de la ciudad paseando, visitando algunas pagodas y el palacio real, y tomando algunas cervezas en bares con terracita elevada con vistas al río. Un sitio muy recomendable, por las vistas y el precio, es el River Vibe Restaurant and Bar, que está en el piso 9 del Riverview Guest House, en el Barrio Chino. Es complicado de encontrar, pero con maps.me llegamos de maravilla. La verdad es que fue una agradable sorpresa la ciudad. Y de allí, el tercer día cogimos un avión para irnos a Birmania.

Vistas del río de Bnagkok desde una terraza tomando una cerveza

viernes, 30 de septiembre de 2016

Desde Kunming a Luang Prabang... y Vientián

En Kunming, como ya me conocía el metro y, además, ya había estado en la estación de autobuses para sacar el billete, no tuve ningún problema para llegar. La estación es la sur, y hay una parada de metro con ese nombre, por lo que no tiene pérdida. Hay un autobús diario que une Kunming con Luang Prabang, creo recordar que salía a las 18.30.

El autobús es un palizón, tarda cerca de 20 horas y hace cosas tan peregrinas (por lo menos para mí) como parar dos horas en una estación de servicio muy cercana a la fronetera a las cuatro de la mañana. Entiendo que es porque no se puede pasar la frontera de noche, pero, no sé, igual podía salir un par de horas más tarde de Kunming y ahorrarse esa parada.

Llegamos a la frontera de par de mañana y la verdad es que no tuve ningún problema ni en el lado chino ni en el laosiano. Allí me junté con un japonés que viajaba solo también y estuvimos desayunando juntos al otro lado de la frontera.


Entradaa a Laos en la frontera Mengla (China)-Boten (Laos)

Tenía cinco noches para pasar en Laos porque había quedado en Bangkok. Una se me iba en el autobús nocturno entre Luang Prabang y Vientián, así que no sabía si pasar dos y dos o tres en Luang Prabang y una en Vientián, porque había leído que la primera era más bonita. En esto se me ocurrió preguntarle al único amigo que recordaba que había estado en las dos, cuyo nombre no voy a mentar, pero con quien he quedado en Nueva Zelanda en octubre. Pues él me dijo que le había gustado más Vientián. Yo sé que todo es opinable, subjetivo... pero decir que Vientián es más bonito que Luang Prabang es, cuando menos, una opinión muy arriesgada. Es como el décimo dentista de los chicles Trident. ¿Por qué?  Pero bueno, como el destino tiene estas cosas, resulta que en Vientián conocí a una gente majísima y me lo pasé genial.

Luang Prabang es una ciudad preciosa. Además del Mekong (adoro el Mekong) tiene otro río que desemboca en este y que rodea la parte vieja, de estilo colonial, que queda como una pequeña península entre los dos ríos. Una ciudad tranquila para pasear, comer y tomarte unas cervezas a la orilla del Mekong. Este es un río que, además ser muy ancho, tiene una corriente muy fuerte, por lo que te puedes quedar embobado mirándolo sin otro quehacer.

El Mekong al atardecer a su paso por Luang Prabang


Después de dos días con sus noches, y lamentando tener que abandonar esa ciudad aun sin conocer Vientián, cogí el bus nocturno y llegué muy prontito a la capital, con  la fortuna de que la habitación que había reservado en el hostel estaba vacía y me dejaron ocuparla en cuanto llegué. Cuando me estaban acompañando a la habitación, me enseñaron el mando a distancia del aire acondicionado, que estaba en el pasillo, cosa que yo no entendía muy bien... hasta que entré. A través de un agujero en la pared entre dos habitaciones, compartía aire acondicionado con la de al lado. Aforunadamente, no tuvimos ningún problema ninguna de las dos noches y el aire (parece) estuvo a gusto de todos.

Ahorrando aire y salvando el medioambiente
 El hostel (Backpackers Garden) estaba muy bien y había un ambiente muy majo. Me junté allí con un argentino (Álex) que iba en una moto que le había dejado un español en la frontera entre Tailandia y Laos, una española (Emma) que se estaba recuperando de una caída que había tenido también con una moto y llevaba 15 meses viajando por el mundo, un estadounidense (Erik) que hablaba algo de laosiano porque llevaba unos cuantos meses viviendo allá y yo. Nos fuimos a cenar la última noche antes de mi partida y, como no podía ser menos, nos fuimos luego a tomar algo. Lo que tenía pinta de ser una noche tranquilita acabó siendo una noche memorable. Empezamos haciendo botellón bebiendo Lao-lao, un licor de 40 grados que es más barato incluso que la cerveza (y la cerveza es barata en Laos). Luego nos fuimos a tomar algo con una de las líderes del movimiento transexual en Laos (cosa que os aseguro que no es nada fácil). Seguimos tomando Lao-Lao y, como a las cuatro de la mañana, tuvimos que desistir de continuar porque no encontramos nada abierto.

El problema comenzó al llegar al hostel. Ya me habían dicho que por las noches cerraban la puerta y que igual nos tocaba saltar la valla. Pero una cosa cosa es que te lo digan en condicional y otra tener que hacerlo a las cuatro de la mañana después de unos cuantos Lao-lao y unas Beerlao. Pero si hay que hacerlo se hace. Me subí a la valla no sin dificultad y cuando estaba arriba os aseguro que se movía mucho. Y tenía la sufieciente alatura como para que el tortazo fuera tremendo. Además, metía bastante ruido porque era metálica. Pero tras muchos esfuerzos logré llegar al otro lado sin contratiempos justo en el momento en que aparecía la chica del hostel despertada por el ruido de la valla y dispuesta a abrirme. Hay que reconocer que se lo tomó a bien y al día siguiente en el desayuno no paraba de reírse.

Esta valla me tocó saltar. Igial os parece pequeña, pero os aseguro que a las cuatro de la mañana no lo parecía
Y después de pasar una noche corta (porque no me dio tiempo a dormir mucho) sin sobresaltos respecto al aire acondicionado, al día siguiente comí con Emma y Erik (Álex no hizo acto de presencia, seguía durmiendo cuando me fui), me subí a una furgoneta que me llevó a la estación de tren de Thanaleng, que está a unos kilómetros de Vientián, y esperé al tren que me llevara, tras cruzar el Puente de la Amistad, hasta Tailandia. Había sido una breve visita a Laos, pero espero volver en un futuro no muy lejano porque es un país que me encanta... y tienen Beerlao y Lao-lao.

Visados de Laos y Tailandia... y algo sobre los cajeros

En Laos el visado no tiene ningún misterio. Llegas a la frontera, pagas 35 dólares, entregas una fotografía (esto es muy importante, se necesita una foto) y voilà, ya puedes entrar en Laos. Creo que se puede pagar en yuanes (si pasas la frontera sinolaosiana, como yo) y en euros, pero no estoy seguro, con lo cual yo no me arriesgaría. De hecho, yo no me arriesgué y cambié 35 dólares en el Banco de China (único banco, creo, que te da dólares en China) para evitar malos momentos innecesarios.

El visado talandés aún tiene menos misterio. No hace falta. Eso sí, hay que tener en cuenta una cosa. Bueno, dos. Primero, que hay que guardar el papelito blanco que te dan cuando entras a la vez que te sellan el pasaporte, porque luego te lo piden al salir y también en algunos hoteles. Yo tuve suerte porque me lo graparon, pero no siempre lo hacen. Y segundo, que, si entras por tierra (como fue mi caso la primera vez), la autorización de estancia es solo para 15 días, mientras que si llegas en avión te vale para 30. Ignoro cuál es la razón, pero es así. Eso sí, puedes entrar y salir de Tailandia tantas veces como quieras y se te va renovando la autorización por otros 15 o 30 días más cada vez.

Respecto a los cajeros, comentar una cosa. En Laos, cuando sacas dinero de un cajero, el banco de Laos te cobra una comisión, que suele rondar los dos euros, además de la que te pueda cobrar tu propio banco español. Todos menos uno. Ahora no recuerdo el nombre, pero lo hay, y tiene bastantes sucursales, por lo que podéis buscar hasta que lo encontréis.

En Tailandia es aún peor, porque todos, al menos los que yo encontré, cobran 200 bahts por sacar del cajero, lo que equivale a cinco eurazos. Lo que hice yo fue sacar dinero en el banco de Laos que no cobra comisión de cuyo nombre no puedo acordarme y cambiar a bahts en el mismo Laos (no sé si su moneda se cotiza en el extranjero, no todas lo hacen). Sale más rentable. Otra opción es venir con euros suficientes e ir cambiando. En cualquier caso, si tenéis que sacar dinero, calculad bien para tener que sacar las menos veces posible.

Lijiang y Dali

Después de unas 9 horas de tren, otra vez en una maravillosa litera, llegué a Lijiang, el problema es que llegué tan pronto que no había nada, y además la estación está a unos cuantos kilómetros del pueblo. Pero como esto es China, hay en la estación un restaurante que, aunque no daba todavía comidas, lo estaban abriendo y allí nos refugiamos todos los que no nos había venido a buscar nadie a conectarnos a la wifi sin que nadie nos dijera nada.

Al poco amaneció y cogí el autobús que sale justo desde delante de la estación y te deja en el centro del pueblo, que cuesta solo un yuan (alrecedor de 0,15 euros). Es mejor llevar suelto, porque no hay nadie que te cobre, sino que se echa el yuan en una especie de urna que hay al lado del conductor, por lo que tampoco hay posibilidad de que te den cambio.

Tuve la suerte, y lo que recominedo para el que vaya a Lijiang, de llegar a esa hora. Además, mi hostel estaba justo al otro lado de la ciudad antigua y la tuve que atravesar entera (tampoco es tan grande), por lo que pude ver la ciudad prácticamente vacía, de par de mañana y con la fresca. Una auténtica maravilla. Hay que decir que Lijinag es patrimonio de la Unesco, y también es un destino turístico para los chinos, lo que quiere decir que es un destino turístico para muchísima gente, y a lo largo del día, la ciudad se va llenando. Y como te cobran por entrar en la ciudad hasta la tarde, cuando más llena está es por la noche. Por eso, lo mejor es ir cuanto antes, e incluso si llegas muy pronto, como yo, no te cobran entrada (que son unos 8 euros), eso sí, si sales de la ciudad antigua, para volver a entrar tienes que pagar o, como yo, que salí sin darme cuenta, dar con un buen tipo y convencerle de que has estado antes y has salido sin querer.

Una cosa que me resultó curiosa en Lijinag, aunque me ha pasado más veces en Asia, es que la gente se quería hacer fotos conmigo. Pero es que estaba tomándome una cerveza en un bar al lado de la ventana (abierta, eso sí) y la gente me pedía hacerse fotos conmigo desde fuera. Una chica incluso se hizo un selfie poniendo morritos, en serio. Me sentí todo un gigoló.


Lijiang por la mañana, con muy poca gente todavía. Por la tarde las calles están competamente colapsadas

Otro sitio muy interesante de Lijiang es el estanque del dragón negro. Es un parque muy agradable para pasear y tomarte algún zumo. También cobran entrada (otros 8 euros), pero yo, sin darme cuenta (por lo menos al principio), entré por una de las salidas, por lo que, evidentemente nadie me cobró. No digo que hagáis eso, simplemente es lo que me pasó a mí involuntariamente (aunque no desfize el entuerto).


Estanque del dragón negro
 
De Lijiang fui a Dali de nuevo en tren, pero esta vez el trayecto era de menos de dos horas.Casi lo pierdo, porque, aunque sabía que la estación estaba lejos, tenía que coger dos autobuses y el primero no tenía muy claro cuál era, y, si no llega a ser por una pareja de chinos que también iban a la estación y a los que me junté para enterarme bien de los autobuses que tenía que coger, y que por cierto me pagaron el autobús porque no tenía suelto (aunque el conductor ya me había dejado colarme), no hubiera llegado. De hecho, los chinos no daban un yuan porque lo hiciera, pero la verdad es que lo logré, y aún me sobraron cinco minutos.

Dali también es una ciudad antigua muy bonita, pero es menos espectacular que Lijiang, por lo que recomiendo hacer el trayecto al revés y visitar primero Dali y luego Lijiang. La estación de tren también está a unos cuantos kilómetros de la ciudad antigua, pero hay un autobús, el número 8, que sale de la misma estación y te lleva a la parte vieja por dos yuanes. En el mismo autobús conocí a una pareja de australianos que ya habían estado más veces en Dali y con los que estuve esos días, e incluso me invitaron a su casa cuando fuera a Australia.

A unos kilómetros de Dali hay un lago muy bonito también y un buen lugar para descansar. De hecho, yo me alojé en un excelente hotel a unos tres kilómetros de la ciudad vieja y a un kilómetro del lago, en un pueblo muy tranquilo, pero desde el que se podía llegar a todos lados andando. El hotel es el Rose Garden y es la mejor habitación que he tenido hasta ahora. Además, el último día, el dueño del hotel, que es una persona encantadora y habla muy bien inglés, me acercó con su coche a la parada del autobús para evitarme el paseo con el macuto o el taxi.

Y de allí, una vez más, a la estación de tren, donde iba a coger el tren para Kunming para a continuación coger un autobús cuyo billete ya había sacado en mi anterior estancia en la ciudad, para cruzar la frontera con Laos y llegar a Luang Prabang.


Campos de cultivo en el paseo entre el Rose Garden y la ciudad vieja de Dali




domingo, 25 de septiembre de 2016

Chengdu y Kunming

Llegué a Chengdu por la mañana, con el alojamiento ya reservado gracias a Booking y a la recomendación de una amiga, que había estado eal año pasado. La verdad es que el hostel (Flip Flop) está muy bien y bien situado, por lo que yo también lo recomiendo.

Chengdu lo recordaré como la ciudad de las chicharras. Hacía mucho calor y hacían un ruido ensordecedor a pesar de ser una de las grandes ciudades de China. En realidad, Chengdu es un sitio más que nada para hacer excursiones o de paso para otras zonas de China, como el Tíbet, pero yo pasé tranquilamente un par de días allí. Tiene un paseo por el río bastante majo y fama de hacer los mejores hotpots (eso sí, muy picantes) de toda China. En general, toda su cocina tiene fama, y la pude disfrutar en los puestos callejeros que hay alrededor del Flip Flop por unos precios baratísimos.


Puente de Chengdu sobre el río. Al fondo, rascacielos en los que probablemente viva más gente que en toda Tafalla

Como había ido en metro (con un coreano que conocí en la estación de Xi'an) hasta el Flip Flop y esta vez mi tren salía desde la misma estación, no tuve ningún problema para llegar a ella. Bueno, uno pequeñito, que fue que en la taquilla aitomática del metro intentaba sacar el billete y no había manera. Metía dos billetes de yuan (lo que costaba el trayecto) y me los devolvía sin saber por qué. Pues bien, el chico que había a mi lado me vio en problemas y me dijo (creo): "No admite billetes de uno. ¿No tienes otra cosa?" Y antes de que procesara la información, sacó un billete de metro, me lo dio y se fue. Para que digan que no son majos los chinos. Algo parecido me pasaría luego en el autobús de Lijiang.

Llegado a la estación sin más sucedidos y subido al tren sin problemas gracias a mi pericia en leer los números, tras otras 24 horas de viaje, esta vez en asiento duro de nuevo (repito, hay que ser previsor en China si quieres pillar litera), llegué a Kunming.

Kunming es otra ciudad grande china (aunque eso es un poco redundante) famosa por sus pagodas. La única razón por la que fui es que era un sitio de paso para ir a Lijiang y Dali, ciudades que aparecían recomendadas en todos los blogs. Aún tuve que volver una vez más, aunque ya sin hacer noche, porque desde esta ciudad también sale el autobús que va a Luang Prabang en Laos. La única pagoda que visité, y que me encantó, fue la de Yuangotn Si, aunque tiene muchas más.


Pagoda de Yuangton Si. En esa agua verde había unas tortugas muy majas



La verdad es que poco más tengo que decir de esta ciudad, salvo que el metro funciona muy bien también. Por cierto, en todas las estaciones de metro chinas por las que pasé, por lo que supongo que será en todas, hay controles como en los aeropuertos, y hay que pasar los macutos por rayos X. Eso sí, llevaba una navaja suiza (bueno, no era suiza, la compré en un mercadillo en Irkutsk, pero tenía su navaja y sus accesorios) y pasó todos los controles sin despertar la más mínima sospecha, como luego haría también en algún aeropuerto...

Y vuelta al tren (como veis, siempre que hay tren lo prefiero al bus, sobre todo en estos países, que son muy baratos), aunque esta vez para un agradable y corto viaje nocturno de 10 horas hasta la maravillosa Lijiang (y esta vez en litera, aunque el tren llegaba a las cinco de la mañana, también es casualidad).





martes, 20 de septiembre de 2016

Xi'an

¡Benditos números arábigos!

Eso es lo primero que se te viene a la cabeza cuando llegas a la estación, recoges tu billete reservado en ctrip en la taquilla sn ningún problema (ojo con el tiempo de antelación con el que vais a recogerlo, estáis en China y las colas pueden llegar a ser kilométricas) y ves que pone, entre infinidad de caracteres que no tienes ni idea de a qué se refieren, "K548". Y más cuando levantas la cabeza y ves que en los paneles electrónicos, entre infinidad de caracteres que no tienes ni idea de a qué se refieren, también pone "K548", y detrás otro número que deduces que es el del andén. Y cuando llegas al andén y vuleves a ver un panel que pone otra vez esos maravillosos números, vuleves a pensar: ¡Benditos número arábigos! Porque los chinos, aunque tienen un sistema de escritura propio (y muy complicado, todo sea dicho de paso), utilizan el mismo sistema numérico que nosotros, lo que es de agradecer cuando vas a coger un tren, por ejemplo.

Por la mañana, después de 35 horas de viaje sentado (en asiento duro, y os aseguro que es duro), llegué a Xi'an, después de comprobar varias cosas: los chinos son amables e intentan interactuar contigo; prácticamente nadie habla inglés; escupen mucho menos que hace 10 años y tienen la delicadeza de no hacerlo en el suelo del vagón; y los asientos son duros y bastante incómodos.

Xi'an es mucho más que los guerreros de terracota, que estrictamente no están en Xi'an, sino a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Para llegar, lo más fácil es coger el autobús 306, que te lleva hasta el recinto. Pero Xi'an es también su barrio musulmán, repleto de chiringuitos (y de turistas, muchos de ellos chinos) donde se puede comer exquisitamente por un módico precio; y sus dos torres (la del tambor y la de la campana); y sus murallas; y sus gentes.


Chiringuitos de comida callejera en el barrio musulmán

Después de descansar y dar un garbeo, por la tarde estuve paseando por el barrio musulmán y picoteando cosas para cenar, y me fui a tomar un zumo a un café muy cuco, pero muy chiquito, que hay en ese barrio, el "Café de Paris". Al cabo de un rato, y cuando parecía que iban a cerrar, se me acercó una de las dos chicas del café y me invitó a cenar. Me contó que estaban de celebración y que iban a hacer un "hotpot" con unos amigos, y que les encantaría que cenara con ellos. Ni corto ni perezoso, y aunque yo ya había cenado, me uní a ellos. Una de las mejores decisiones que he tomado en este viaje. Era una cuadrilla encantadora y muy graciosos, y allí nos quedamos, cenando y jugando al "piedra, papel o tijera" para ver a quién le tocaba tomarse el siguiente chupito de cerveza... aunque al final bebíamos todos. Así nos dieron las 5 de la mañana y mis anfitriones me llevaron a desayunar, como quien toma un chocolate con churros, una especie de potaje cuyo nombre no recuerdo, pero que me sentó estupendamente antes de acostarme, en un chiringuito callejero recién abierto. Por supuesto, me acompañaron hasta el hostel y no se despidieron de mí hasta que me dejaron en la misma puerta.


Cenando un "hotpot" con unas coronitas en el "Café de Paris".

Al día siguiente hice un poco más de turismo y después de comer, tal y como había quedado, volví al "Café de Paris" para reencontrarme con mis amigos. Esa noche me llevaron a un restaurante muy concurrido en otro barrio y vovlieron a dejarme en el hostel después de cenar. Pues bien, en esos dos días no me dejaron pagar ni un solo yuan. Por mucho que lo intenté, no hubo manera. Les estoy muy agradecido por lo bien que me trataron y por lo que me enseñaron de historia y costumbres de la ciudad. Para que luego digan que los chinos son antipáticos...

Y así, con mucho pesar, al día siguiente me fui hacia Chengdu en tren, siguiendo mi camino hacia el sur. Había sacado mi billete en ctrip otra vez y lo había recogido en la estación con antelación, pero en un principio no me di cuenta de que el tren no salía de "Xi'an", sino de "Xi'an South". Y la cosa tenía su miga. Menos mal que fui previsor y fui con bastante antelación, porque la estación de "Xi'an South" está... a 50 km de la ciudad. Vamos, que es como si sacas un billete desde la estación de "Tafalla sur" y te mandan a Tudela o "Guadalajara sur" y te mandan a Madrid. Durante bastante tiempo el taxista y yo pensábamos que no llegábamos, pero, aunque por poco, pero lo logré. Y esta vez había tenido suerte y había conseguido sacar litera dura (que es bastante cómoda) hasta Chengdu, donde llegaría después de 12 horas de viaje (trayecto corto para ser China) por la mañana.

lunes, 19 de septiembre de 2016

De Vladivostok a Harbin

Vladivostok es una ciudad que me encantó. Aunque es una ciudad grande, el centro es bastante chiquito y se puede manejar bastante bien. El albergue en el que me alojé yo, el Teplo Hostel, la verdad es que estaba muy limpio y muy nuevo, aunque a unos 15 minutos andando de la calle peatonal y céntrica por excelencia de Vladivostok, la calle Admirala Fokina, donde también hay varios albergues y bastante majos. Por esta calle, además, se baja al paseo marítimo, que es muy agradable y donde se puede comer y tomar unas cervezas, como así hice en los días en los que estuve en la ciudad. Vladivostok es un destino turístico muy popular entre los rusos, y hay playas, aunque no muy allá, en el mismo centro.


Parte peatonal de la calle Admirala Fokina
 
Como se me acababa el visado ruso, con un poco de pereza, pero con ganas, me llegó el momento de cruzar a China. Para hacerlo, decidí que la mejor opción era coger un autobús directo que hay entre Vladivostok y Harbin. Había leído en Internet que antes había un tren que cruzaba la frontera, pero, lamentablemente, ya no existe, y la mejor opción era coger ese autobús.

El billete solo se puede sacar en la estación, que se llama Autovokzal, que está un poco alejada del centro. Se puede ir sencillo y barato cogiendo el autobús urbano número 23 en Semyonovskaya, muy cerquita de Admirala Fokina, por el módico precio de 20 rublos (unos 30 céntimos de euro).

Lenin sanferminero en la calle Admirala Fokina.
El autobús en sí me pareció algo caro, ya que me costó cerca de 40 euros. Sale de Vladivostok a las 6.30 de la mañana y tarda unas 12 horas en llegar a Harbin, dependiendo de lo que tardes en cruzar la frontera. La ventaja de ser el único viajero que no es de ninguno de los dos países por los que pasa el autobús es que la gente no quiere esperar mucho tiempo en la frontera, por lo que el conductor, al que se le veía versado en esos cruces, me apadrinó y me llevó consigo primero con los aduaneros rusos y luego con los chinos para agilizar el viaje. Y tengo que reconocer que tanto unos como otros me trataron muy amablemente y, al ser un paso fronterizo con muy poco movimiento, me hicieron un seguimiento especial y todo fue muy rápido.

Lo que me resultó curioso fue ver cómo, cuando subió la policía rusa al autobús antes de que nos bajáramos nosotros, los pasajeros eslavos hacían bromas con los agentes, mientras que los chinos estaban serios y cabizbajos. Cuando pasamos al otro lado, la historia se repitió, pero se inviertieron las caras alegres y las tristes.

Mi llegada a Harbin no fue de lo más halagüeña. Hacía mucho calor, no llevaba ni un yuan y en los primeros bancos en los que intenté sacar dinero no me dejaba porque solo admitían tarjetas chinas. En China, no en todos los cajeros puedes sacar dinero con las tarjetas occidentales (Visa, Mastercard...). Eso sí, el que nunca falla es el Banco de China... pero hay que encontrarlo. Con lo cual me tuve que hacer unos tres kilómetros andando con todo el calorazo y la mochila a cuestas. Además, para llegar al hotel tuve que pasar por un barrio que era, cuando menos, peculiar, y mi hotel parecía bastante cutre, aunque hay que reconocer que luego la habitación estaba bastante bien.

Harbin es fundamentalmente famosa por su festival de esculturas de hielo en invierno y, francamente, les compadezco, porque para tener un festival así tiene que hacer un frío tremendo, y sus veranos no son precisamente suaves, que digamos.

Lo más característico de Harbin como ciudad es su calle Central, construida a finales del siglo XIX y principios del XX con muchas influencias europeas. Es un calle peatonal de 1,5 km aproximadamente que termina en el bonito y concurrido paseo fluvial. Y no, nos os voy a hablar más de ríos, pero no me resisto a poner una foto.



Paseo fluvial junto al río Songhua, desconocido y "pequeño" arroyuelo

Pasé un par de díás relajado en Harbin paseando calle arriba, calle abajo y paseo fluvial arriba, paseo fluvial abajo, y decidí marcharme a Xi'an, donde ya había estado unos años antes. Como ya tenía mono de tren, y en realidad, porque me parece más cómodo para viajar y en China son muy baratos, utilicé por primera vez la bendita aplicación de ctrip y me saqué mi billete para Xi'an, 35 horas... sentado. La desventaja de que sean tan baratos los billetes es que se acaban en seguida, sobre todo las literas, por lo que si queréis viajar cómodos en tren (las literas están bastante bien), tenéis que sacar los billetes con bastante antelación... o tener mucha suerte.


Calle Central de Harbin

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Visado chino y otras cosas prácticas

Para el visado chino, lo más recomendable es sacarlo en Espña antes de empezar el viaje, porque tardan un poco en tramitarlo y, si no, os tocará esperar en Moscú o Vladivostok a que os lo concedan.

Los chinos, igual que los rusos, han delegado la tramitación de los visados a una empresa privada que hace que te cueste el doble. Hace unos años fui a China y gestionabas directamente el visado en la embajada, pero ahora eso se ha acabado y hay que hacerlo por medio de esta empresa. La propia página web de la embajada china te deriva a ellos (http://www.visaforchina.org/). Si quieres hacerlo presencialmente, me temo que solo tienen oficina en Madrid, en la calle Agustín de Foxá, entre Plaza de Castilla y Chamartín.

En principio tienes que presentar el vuelo de entrada y de salida del país y más o menos la reserva de los hoteles equivalentes a la mitad de tu estancia. Como yo no tenía ni vuelo de entrada ni de salida, me pidieron el billete de avión hasta Moscú y que presentara una reserva de hotel en el país que iba a ser mi destino al salir de China, en este caso, Laos.

Aquí entran en juego las maravillosas páginas de reservas de hotel por Internet y su posibilidad de reserva sin gastos de cancelación. Me preparé una ruta coherente, reservé hotel en las ciudades por las que en teoría iba a pasar (que ni siquiera), incluida una reserva en Luang Prabang (Laos), imprimí las confirmaciones, lo presenté todo en la agencia y me dieron el visto bueno. Una vez recogido el visado unos días después, anulé todas las reservas.

Las páginas que más utilizo yo para reservar hotel son www.booking.com, sin duda la estrella para mí, y www.agoda.com, que está más especializada en Asia, aunque, si bien hace unos años era mejor que booking para esta parte del mundo, ahora ya no me lo parece.

Otra página muy interesante en China, sobre todo si vais a viajar en tren, aunque también sirve para vuelos y hoteles, es www.ctrip.com. Aunque te cobra unos 2-3 euros por cada billete de tren que reservas por ella y luego tienes que recogerlo en la estación, os aseguro que merece la pena, porque está en castellano y te muestra todos los trenes que hay, las distintas opciones de asiento y litera... y eso, en un país tan complicado para el idioma como China, no tiene precio.

Por supuesto estas páginas también están disponibles en aplicaciones para los móviles.

Muy práctica para China también es WeChat, que utilizan todos los chinos y puede funcionar como whatsapp y creo que para muchas otras cosas que yo no descubrí.

Y otra aplicación de móvil que no se me puede olvidar, y que no vale solo para China, sino para todo el mundo, es maps.me. Es una gozada. Tienes mapas de todo el mundo que te descargas en tu móvil y luego puedes usar offline. De verdad, probadla allá donde vayáis, porque es impresionante. Y, al estilo de googlemaps, también te calcula rutas, te muestra hoteles y restaurantes, etc., pero con esa gran ventaja de que además se puede utilizar offline una vez que te has descargado el mapa del país o la zona en la que estás.

A raíz de esto, solo me queda por comentar que todo lo que es de Google no funciona en China: ni el correo, ni googlemaps... ni blogs como este que también están en una página que depende de Google.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Historias del tren 3

Subí al compartimento y había dos personas en él. La primera impresión no fue del todo buena. Dos personas de cincuenta y tantos, bastante orondas, descamisadas y una de ellas con un tanque tatuado en el brazo. Las perspectivas no eran muy halagüeñas.

Nada más entrar, muy amables, me indicaron mi litera y entablaron conversación conmigo. Eso sí, por supuesto, ellos en ruso y yo en inglés. Se presentaron como Grisha y Misha, y hasta ellos mismos se rieron. Y 55 horas de viaje dan para mucho. Entre otras cosas, para que Grisha me hiciera ver una película surrealista en ruso en su móvil de la que que no me pude escaquear porque me encajó el móvil en la mano. Hora y media de película. En ruso, insisto.

Después de ver la película, me escurrí lo más educadamente que pude hasta el vagón-restaurante, donde cené con una pareja de australianas que estaban de vacaciones y tres arqueólogos de Seattle que habían acabado la temporada de excavación en Chitá y volvían para su país.

Al volver a mi compartimento, Grisha y Misha estaban dando buena cuenta de su cena, de la cual, por supuesto, me ofrecieron. Cuando acabaron, con una sonrisa pícara Misha sacó una botella de vodka y tres vasos, y me ofreció uno de ellos. Yo, como soy un tío muy educado y no quería hacerles un feo,  con un perfecto "nasdrovia" me encajé mi vaso del tirón. Y os aseguro que el concepto de chupito ruso no tiene nada que ver con el nuestro.

Después del lingotazo, y para que no nos sentara mal, nos tomamos una rodaja de embitudo con un poco de pan. Y así hasta acabar la botella y empezar una segunda... y a dormir como tres angelitos.

Grisha, a la derecha, y Misha, a la izquierda, fantásticos compañeros de viaje. En la mesa, el vaso de "chupito".



El día siguiente continuó la rutina del viaje, afortunadamente ya sin más vodka. En los trenes rusos, y esa es una diferencia que luego observé con los trenes chinos, los vagones se convierten en una pequeña comunidad en donde todos se ayudan y todos cuidan de los niños de los demás aunque no se conozcan de nada. La verdad es que daba gusto verlos y envidia en ese aspecto.

Como yo era el único extranjero del vagón y Grisha y Misha muy simpáticos y sociables, nuestro compartimento se convirtió en el lugar de reunión de todo el vagón. Por allí pasasron unos marineros que iban a Vladivoistok a unirse a sus barcos, una familia de buriatos (los buriatos son el grupo étnico minoritario más grande de Siberia) cuya hija hablaba algo de inglés y que me enseñó algunas palabras en su idioma que, por supuesto y lamentablemente, ya he olvidado, y alguno más que pasaba por allí.

Esa noche cené con las autralianas y los estadounidenses en el bar (buena clase de inglés), me retiré pronto al compartimento donde aún pasó alguien más a charlar un rato, y a dormir. Y a la mañana siguiente, por fin, 9.260 km después, llegué a mi destino final, Vladivostok.


Estación de Vladivostok, final del ferrocarril transiberiano.