viernes, 30 de septiembre de 2016

Desde Kunming a Luang Prabang... y Vientián

En Kunming, como ya me conocía el metro y, además, ya había estado en la estación de autobuses para sacar el billete, no tuve ningún problema para llegar. La estación es la sur, y hay una parada de metro con ese nombre, por lo que no tiene pérdida. Hay un autobús diario que une Kunming con Luang Prabang, creo recordar que salía a las 18.30.

El autobús es un palizón, tarda cerca de 20 horas y hace cosas tan peregrinas (por lo menos para mí) como parar dos horas en una estación de servicio muy cercana a la fronetera a las cuatro de la mañana. Entiendo que es porque no se puede pasar la frontera de noche, pero, no sé, igual podía salir un par de horas más tarde de Kunming y ahorrarse esa parada.

Llegamos a la frontera de par de mañana y la verdad es que no tuve ningún problema ni en el lado chino ni en el laosiano. Allí me junté con un japonés que viajaba solo también y estuvimos desayunando juntos al otro lado de la frontera.


Entradaa a Laos en la frontera Mengla (China)-Boten (Laos)

Tenía cinco noches para pasar en Laos porque había quedado en Bangkok. Una se me iba en el autobús nocturno entre Luang Prabang y Vientián, así que no sabía si pasar dos y dos o tres en Luang Prabang y una en Vientián, porque había leído que la primera era más bonita. En esto se me ocurrió preguntarle al único amigo que recordaba que había estado en las dos, cuyo nombre no voy a mentar, pero con quien he quedado en Nueva Zelanda en octubre. Pues él me dijo que le había gustado más Vientián. Yo sé que todo es opinable, subjetivo... pero decir que Vientián es más bonito que Luang Prabang es, cuando menos, una opinión muy arriesgada. Es como el décimo dentista de los chicles Trident. ¿Por qué?  Pero bueno, como el destino tiene estas cosas, resulta que en Vientián conocí a una gente majísima y me lo pasé genial.

Luang Prabang es una ciudad preciosa. Además del Mekong (adoro el Mekong) tiene otro río que desemboca en este y que rodea la parte vieja, de estilo colonial, que queda como una pequeña península entre los dos ríos. Una ciudad tranquila para pasear, comer y tomarte unas cervezas a la orilla del Mekong. Este es un río que, además ser muy ancho, tiene una corriente muy fuerte, por lo que te puedes quedar embobado mirándolo sin otro quehacer.

El Mekong al atardecer a su paso por Luang Prabang


Después de dos días con sus noches, y lamentando tener que abandonar esa ciudad aun sin conocer Vientián, cogí el bus nocturno y llegué muy prontito a la capital, con  la fortuna de que la habitación que había reservado en el hostel estaba vacía y me dejaron ocuparla en cuanto llegué. Cuando me estaban acompañando a la habitación, me enseñaron el mando a distancia del aire acondicionado, que estaba en el pasillo, cosa que yo no entendía muy bien... hasta que entré. A través de un agujero en la pared entre dos habitaciones, compartía aire acondicionado con la de al lado. Aforunadamente, no tuvimos ningún problema ninguna de las dos noches y el aire (parece) estuvo a gusto de todos.

Ahorrando aire y salvando el medioambiente
 El hostel (Backpackers Garden) estaba muy bien y había un ambiente muy majo. Me junté allí con un argentino (Álex) que iba en una moto que le había dejado un español en la frontera entre Tailandia y Laos, una española (Emma) que se estaba recuperando de una caída que había tenido también con una moto y llevaba 15 meses viajando por el mundo, un estadounidense (Erik) que hablaba algo de laosiano porque llevaba unos cuantos meses viviendo allá y yo. Nos fuimos a cenar la última noche antes de mi partida y, como no podía ser menos, nos fuimos luego a tomar algo. Lo que tenía pinta de ser una noche tranquilita acabó siendo una noche memorable. Empezamos haciendo botellón bebiendo Lao-lao, un licor de 40 grados que es más barato incluso que la cerveza (y la cerveza es barata en Laos). Luego nos fuimos a tomar algo con una de las líderes del movimiento transexual en Laos (cosa que os aseguro que no es nada fácil). Seguimos tomando Lao-Lao y, como a las cuatro de la mañana, tuvimos que desistir de continuar porque no encontramos nada abierto.

El problema comenzó al llegar al hostel. Ya me habían dicho que por las noches cerraban la puerta y que igual nos tocaba saltar la valla. Pero una cosa cosa es que te lo digan en condicional y otra tener que hacerlo a las cuatro de la mañana después de unos cuantos Lao-lao y unas Beerlao. Pero si hay que hacerlo se hace. Me subí a la valla no sin dificultad y cuando estaba arriba os aseguro que se movía mucho. Y tenía la sufieciente alatura como para que el tortazo fuera tremendo. Además, metía bastante ruido porque era metálica. Pero tras muchos esfuerzos logré llegar al otro lado sin contratiempos justo en el momento en que aparecía la chica del hostel despertada por el ruido de la valla y dispuesta a abrirme. Hay que reconocer que se lo tomó a bien y al día siguiente en el desayuno no paraba de reírse.

Esta valla me tocó saltar. Igial os parece pequeña, pero os aseguro que a las cuatro de la mañana no lo parecía
Y después de pasar una noche corta (porque no me dio tiempo a dormir mucho) sin sobresaltos respecto al aire acondicionado, al día siguiente comí con Emma y Erik (Álex no hizo acto de presencia, seguía durmiendo cuando me fui), me subí a una furgoneta que me llevó a la estación de tren de Thanaleng, que está a unos kilómetros de Vientián, y esperé al tren que me llevara, tras cruzar el Puente de la Amistad, hasta Tailandia. Había sido una breve visita a Laos, pero espero volver en un futuro no muy lejano porque es un país que me encanta... y tienen Beerlao y Lao-lao.

1 comentario:

  1. me alegra saber que la valla del hotel resistio y que aun te queda correa para rato,cosa que me encanta. no se si lees lo que te suelo escribir, per aún asi te envio
    Un abrazo MARISA

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