jueves, 24 de noviembre de 2016

De un tren birmano y de Mandalay

Pues bien. Puntualmente estábamos en la estación para coger el tren, que, por supuesto, salió con algo de retraso. Las opciones eran dos. Ir hasta Mandalay, con una parada técnica de casi dos horas en  Pyin Oo Lwin más otras cinco horas hasta Mandalay, o bajarnos en esa estación y buscar un medio de trasporte alternativo más rápido. Como el precio del billete hasta Mandalay era el equivalente a unos tres euros, sacamos el billete hasta Mandalay, aunque la idea era bajarnos en Pyin Oo Lwin (ya pasado el puente de Gokteit) e intentar coger allí el bus.

El tren birmano es toda una experiencia. Es lento, lo que te permite apreciar el paisaje, que es muy bonito, pero vas botando como si fueras por una carretera llena de baches. Yo iba detrás de Lourdes y Susana y era muy gracioso ver cómo sus cabezas subían y bajaban. Además, cuando subimos vimos que el vagón estaba lleno de hojas y pensamos que no limpiaban mucho, pero en realidad es que vas con las ventanillas abiertas y, como allí la vegetación crece mucho y muy rápido, de vez en cuando te llevas algún susto porque entra alguna rama por la ventana y deja unas cuantas hojas en el suelo, a veces después de darte alguna caricia que otra.

En algunas paradas puedes bajar y comprar algo de comida o de bebida, pero hay que tener cuidado, porque no avisan y en una de las paradas nos subimos cuando el tren echaba a andar, aunque, a las velocidades a las que va, no fue una cosa demasiado problemática.

Mujeres vendiendo comida en una parada. Y sí, ese era nuestro tren

A las cuatro horas o así llegamos al puente de Gokteit. El tren aminora la velocidad, lo que no es fácil, porque ya de por sí va bastante lento. Esto te permite apreciar el viaducto tranquilamente y durante un buen rato. Tiene más de 100 metros de altura y unos 700 metros de longitud, además, en curva. Y chirría, lo que, aunque sabes que pasa por ahí dos veces al día, te da qué pensar, sobre todo cuando ves el río allá abajo, muy abajo.

Viaducto de Gokteit. No se aprecia su grandeza, qué le vamos a hacer, doy para lo que doy.

Y el río al fondo, muy al fondo.

Llegamos a Pyin Oo Lwin sin mayores contratiempos y, efectivamente, nos ahorramos bastante tiempo por muy poco dinero más cogiendo un autobús allá hasta Mandalay.

Mandalay decididamente no está entre mis 10 ciudades favoritas. Ni entre las 100. Creo que con eso digo todo. Aprovechamos los días que pasamos allí para hacer alguna excursión, que tampoco es que fueran la leche. Lo más aprovechable fue cruzar el río (otro enorme río) en el ferry para ver los restos arqueológicos de Mingun e Inwa. El monasterio Maha Ganayon Kyaung os lo podríais saltar. Se ha convertido en un reclamo turístico donde la gente va a ver cómo se les reparte la comida a los monjes. Para mí, una especie de circo. Y, por supuesto, siempre Myanmar, nunca Mandalay (cerveza).

Después de Mandalay nos quedaba la joya de la corona, Bagan. Para ir allá cogimos un autobús que nos llevaría a nuestro último destino antes de volver a Rangún para coger el avión de vuelta a Bangkok.

Niñas estudiando en un monasterio budista cerca de Mandalay. Iba a poner una foto de la basura de Mandalay, pero para qué


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