lunes, 12 de diciembre de 2016

Bagan

Desde Mandalay fuimos a Bagan. Era nuestro último destino antes de volver a Rangún para coger el vuelo de vuelta a Bangkok, y habíamos oído hablar mucho y muy bien de ella, y la verdad es que colmó todas nuestras expectativas.

El viaje desde Mandalay se puede hacer por tierra, mar (río en realidad) o aire. El avión es una buena opción si sacáis los billetes con antelación, cosa que nosotros no hicimos, por lo que resultaba bastante caro. Hay un barco rápido (unas 10 horas) y uno lento (cerca de dos días, va parando en todos lados como un autobús). Al final, nosotros nos decantamos por el autobús, que tarda unas ocho horas.

Llegados a este momento, me gustaría hacer una breve reseña sobre los ingenieros o diseñadores de algunos autobuses que circulan por Birmania. Me gustaría tener a alguno de ellos delante para decirle cuatro cosas. En uno de ellos, no pude bajar la pierna en las 7-8 horas de trayecto porque estaba justo encima de la rueda y no me quedaba espacio para colocarla en otro lado (y quien me conoce sabe que nos soy Gasol, precisamente). En este viaje le tocó a Susana sufrir las consecuencias de que el que se sienta en la fila posterior a la puerta de salida no puede estirar las piernas. Literalmente. En vez de tener una barra y poder pasar los pies por debajo de ella, hay una mampara que te lo impide. Así, ocho horas de noche. Vamos, un viaje de lujo.

Llegamos a Bagan por la mañana. Para entrar en la zona arqueológica, donde también están los hoteles, hay que pagar una entrada de 25.000 kyats (unos 18 euros) para tres días. Y es imposible librarse, porque te la cobran en el mismo autobús y también en el aeropuerto si llegas en avión según nos dijeron (imagino que también te la cobrarán en el puerto si vienes en barco). Conviene llevarla siempre encima, porque, aunque a nosotros nunca nos la pidieron, sí nos contaron casos de gente a quien se la había pedido la policía turística.


Vista desde uno de los mñas de 2.000 templos que se mantienen en pie

Nos alojamos en el Bagan Emerald Hotel. Está alejado del centro, pero es un hotel de lujo a precio mochilero. Además, alquilan motos eléctricas, que sin duda es la mejor forma para visitar el sitio arqueológico, que es enorme. Eso sí, conviene que cenéis en el pueblo u os llevéis comida, porque digamos que lo mejor que tienen no es su comida ni mucho menos.

A Bagan la comparan con Angkor Wat en Camboya, pero, particularmente, a mí me gustó más. Quizá fuera porque no lo vi tan masificado, por la compañía, por la sensación de libertad que te da visitarlo en moto, qué sé yo, pero, si me dan a elegir, me quedo con Bagan.

Llegamos unas semanas después del grave terremoto que asoló Birmania (como fue a la vez que el de Italia, en Europa no nos enteramos mucho) y que dejó huellas en algunos de los templos. Aun así, se calcula que hay unos 2.200 templos en pie, lo que hace de Bagan un lugar que no podrás explorar completamente, pero mágico también por eso. Y las puestas de sol son espectaculares (supongo que los amaneceres también, pero de eso no os puedo dar referencias).

Atardecer en Bagan. Una vez más, tengo que decir que ni la cámara ni el fotógrafo hacen honor a la realidad

La verdad es que pasamos tres días allí maravillosos visitando los templos y los núcleos urbanos con nuestras motos y aprovechando la estupenda piscina del hotel cuando volvíamos por la noche al alojamiento. Pero todo lo bueno se acaba y nos tuvimos que volver de nuevo a Rangún para pasar nuestro último día en Birmania y volver a Bankok. De ahí, Loirdes y Susana se volverían para España y yo continuaría por Tailandia rumbo a Malasia.

Procesión por las calles de Nuevo Bagan

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