jueves, 27 de julio de 2017

En la Unión Europea... de nuevo

Después de mi periplo del año pasado (y parte de este), que no acabó como pudiera parecer en Birmania (por razones que no vienen al caso, no seguí el blog y me tuve que volver antes de tiempo, pero, aun así, conseguí dar la vuleta al mundo. Después de Birmania estuve en Tailandia, Malasia, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Argentina de nuevo, Chile, Bolivia y Perú, desde donde me tuve que volver), comienzo otro viaje que, aunque no sé muy bien dónde y por dónde me va a llevar, espero que acabe en Samarcanda (Uzbekistán).
Una vez más, salí de Tafalla con destino a Barcelona, donde, por cierto, hacía bastante calor. Como  mi primer destino fuera de la Unión iban a ser los Balcanes, qué mejor manera de prepararse que pasar un fin de semana en  buena compañía (con mi amiga Lourdes) por el Prineo (o Prepirineo, aún no lo tengo claro) catalán. Como no disponíamos de coche, buscamos en una página que me enseñó Lourdes y que recomiendo a todo el que esté en Cataluña, le guste hacer senderismo y no tenga coche, www.senderismeentren.cat. Muestra una gran cantidad de excursiones que se pueden hacer llegando en tren a una estación y volviendo desde otra después de hacer una ruta lineal o desde la misma después de hacer una ruta circular.
Nos decidimos por ir a Ribes de Freser y creo que no nos equivocamos. Nos acercamos  a la oficina de turismo y tenemos que agradecer a la chica que estaba allí la buena información que nos dio sobre los diferentes itinerarios que se pueden hacer desde el pueblo, que son varios.
El primer día fuimos a Planoles, ruta muy bonita y no muy exigente, que tiene un aliciente añadido. En lo más alto del camino, pasada la mitad del trayecto, hay un pueblo pequeño, Ventolà, donde hay un restaurante, Ca l'Anna, en el que se come de maravilla, con muy buenas vistas y por un precio muy asequible. Desde Planoles cogimos el tren y volvimos a Ribes.

Camino de una buena comida en Ventolà
El segundo día subimos a Pardines, un pueblo precioso y donde, gracias a la recomendación de la chica de turismo, comimos en otro restaurante espectacular por un buen precio, Can Serra.
De ahí nos volvimos a Barcelona y al día siguiente, lunes 24, cogí un avión para Dubrovnik.
Viiendo los precios de los alojamientos en Dubronik, y como ya había estado un par de veces, decidí ir directamente a Montenego, a la ciudad de Kotor. Saqué un billete de bus por Internet en getbybus.com y, en cuanto llegué al aeropuerto, cogí un autobús para la estación central de Dubronik.
Aquí tengo que hacer un pequeño inciso. Hay dos compañías de buses que te llevan del aeopuerto a la ciudad. En una no se puede pagar con tarjeta ni con euros, por lo que la única opción es cambiar a la moneda croata. En la otra, te dejan pagar en euros y, si solo llevas un billete de 20 euros, como era mi caso, y le dices que vas directo a Montenegro, te devuelven en euros. Todo un detalle.
La estación de autobuses de Dubrovnik es bastante cutre. Solo hay una pequeña sala de espera con aire que no funciona muy bien y os aseguro que hacía mucho calor y mucha humedad. Para más inri, nuestro autobús salió con una hora y media de retraso, a lo que hay que hay que añadir las colas en la frontera (y eso que nuestro autobusero se coló), con lo cual llegué a Kotor a las cuatro en vez de a la una como estaba previsto.

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