viernes, 28 de julio de 2017

Conociendo Montenegro: Kotor

El viaje que no debia durar más de dos horas duró realmente cuatro por las colas que había en la frontera. Una cosa que me sorprendió mucho fue la de matrículas de países europeos diferentes que vi esperando su turno para ppasar a Montenegro. Pensaba que no era un destino demasiado explotado, pero ya en el autobús me di cuenta de que no era así.
El autobús bordeó toda la bahía de Kotor, lo que nos llevó un buen rato, porque, aunque yo había oído que era el fiordo más meridional de Europa, según la Wikipedia es el antiguo cañón sumergido de un desaparecido río y se introduce 28 km en tierra. Como der estas cosas no tengo ni idea, le preguntaré a mi amigo Pablo, que es geólogo, a ver si me lo puede aclarar.
Para los que van en coche, hay un ferry que cruza la parte más estrecha de la bahía y ahorra una buena minutada, pero el autobús tenía que recorrerla entera porque hay más pueblos además de Kotor y la gente también tiene derecho a bajarse y subirse en ellos.
La ciudad vieja de Kotor es impresionante, está muy bien conservada y la domina una fortaleza a la que hay que subir cuando no pega mucho el sol y tomándoselo con tranquilidad, porque realmente hay que hacer un gran esfuerzo. El único problema que tiene, que no es pequeño, es que está muy masificada, por lo menos en verano, que es cuando la he visitado yo. No tengo más que decir que, además de mochileros y turistas en coche de todos los rincones de Europa, en la bahía entran también grandes cruceros que desembarcan a sus pasajeros en la ciudad. Imaginaos eso en un pueblo de 5.000 habitantes, pero cuya parte vieja probablemente sea una tercera parte. Todo esto unido a un calor y una humedad asfixiantes.

La ciudad vieja de Kotor desde la fortaleza. Al fondo, el Norwegian Star

Para entrar a la fortaleza, además, hay que pagar tres euros, pero el dueño de mi hostel, coreano afincado en Kotor (por algo se llamaba Korea Kotor Hostel), me enseñó un camino que subía a la fortaleza extramuros y por el que no había que pagar, así que por allí subí yo. Tres euros dan para dos cervezas grandes en Kotor. En la parte más alta de la fortaleza, después de recuperar el aliento y admirar las vistas, que son espectaculares, me puse a charlar con una pareja que hablaban en español. Resultó que eran una pareja de investigadores (ella gallega y él polaco) que vivían en Donosti y que estaban de vacaciones, y aprovecharon para contarme un poco la realidad de la investigación en España, pero mejor eso lo dejo para otro día. En cualquier caso, me quito el sombrero ante ellos.
Poquico a poco fuimos bajando y, cómo no, una cosa llevó a la otra y al final, como no podía ser de otra manera, nos fuimos a tomar unas cervezas y lo pasamos tan ricamente. Eso sí, a la mañana siguiente el dueño del hostel me rependió suavemente diciéndome que "había llegado muy tarde", y eso que eran... ¡las 00.30! Me gustaría verlo un día de Navidad en Tafalla a ver qué opinaba.
En fin, ya me había sacado un billete de autobús (estación bastante más agradable que la de Dubrovnik) para las 11 de la mañana con destino a Zabliak, en el parque nacional de Durmitor, del que me habían hablado maravillosamente, y con cuatro horas de camino por delante, allá que me fui.

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