viernes, 2 de septiembre de 2016

Historias del tren 2

Y allá que me fui otra vez a coger el tren, en mi litera inferior paralela a las ventanas de mi vagón de tercera, desde Ekaterimburgo hasta Irkutsk, nada más y nada menos que 55 horas de viaje (dos noches), eso sí, esta vez, y aún sin saber por qué, con aire acondicionado.

Por cierto, una cosa que no he comentado antes (porque se me ha olvidado), pero que es importante para el que quiera hacer el Transiberiano, es que en cada vagón del tren hay un par de enchufes. Los enchufes son como los europeos, de dos agujeros. Como podréis comprender, conseguir enchufar cualquiera de los aparatos que lleves es toda una odisea. Siempre hay alguien que ha llegado antes que tú. Los que os recomiendo es llevaros un ladrón, porque así podéis enchufar vuestro aparato sin desenchufar el que ya está enchufado.

En este trayecto casualmente volvimos a coincidir la catalana, el argentino y yo, que volvían a retomar el viaje desde la ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme.

El paisaje hasta las cercanías de Irkustk, hasta que empezamos a bordear el lago Baikal, era bonito, pero monótono. Extensiones llanas y muy boscosas de un intenso verdor. Según íbamos avanzando hacia el este también se notaba un cambio en la fisionomía de la gente. Cada vez había menos eslavos y más asiáticos. Estos dos días fueron bastante tranquilos.

La segunda mañana me fui a desayunar al vagón-restaurante después de una de las paradas de media hora. Estaba solo tomándome un té (eran las nueve de la mañana) cuando apareció un ruso también solo para tomar lo que yo pensaba que era su desayuno. En el tiempo que yo me bebí un té, él se encajó cuatro (sí cuatro) cervezas, y allá lo dejé, encajándose cervezas. A las tres de la tarde, cuando iba desde mi vagón a saludar a la catalana y al argentino, que estaban en otro, la encargada del mío no me dejó pasar y me dijo amablememte que me esparara cinco minutos. Estando allí, se entreabrió la puerta entre los dos vagones y allá estaba mi excompañero de desayuno inconsciente tirado en el suelo. Estábamos parados en una estación. Pues bien, lo subieron en volandas entre dos, cogieron las monedas y lo que se le había caído al suelo, se lo metieron en los bolsillos y lo dejaron en el andén. Nunca he sabido si tenía maletas o no, si se las bajaron o no, y si aquella era su parada o no, pero allá se quedó.

Y 55 horas después, llegamos a Irkutsk.
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Cambian las gentes y cambia la comida. Mujeres vendiendo pescado seco del Baikal en una de las paradas

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