Pues sí, lo primero que tengo que reconocer es que en
anteriores entradas me he equivocado con el nombre de esta ciudad, que, según
el Diccionario Panhispánico de Dudas de la RAE, debe escribirse Ekaterimburgo y
no Yekaterimburgo. Los que tenemos ya unos cuantos años nos acordamos de cómo
el en un primer momento Boris Eltsin pasó a ser posteriormente Boris Yeltsin, y
yo pensaba que lo mismo le había sucedido a la ciudad y le había crecido una y
griega mayúscula en el comienzo y había degradado a la e a la minusculez, pero
no, sigue siendo Ekaterimburgo.
La ciudad es famosa fundamentalmente por dos cosas: por ser
la primera ciudad rusa en el lado asiático del país, tras haber cruzado los
Urales, que separan Europa de Asia (cruce del que, por cierto, ni me enteré), y
por ser el lugar adonde fue llevada la familia del zar tras la toma del poder
por parte de los soviets y fusilada el 17 de julio de 1918, incluida parece ser
ya fuera de dudas Anastasia, a pesar de la historia de la desequilibrada Anne
Anderson, que decía ser la hija del zar y que apareció en Berlín en 1922,
interpretada en la gran pantalla por la maravillosa Ingrid Begman.
En el lugar donde se produjeron los fusilamientos, la casa
de Ipatiev, que fue derribada en 1977 por orden precisamente de Boris Yeltsin
para que no se convirtiera en un lugar de peregrinación, se alza ahora la Iglesia
sobre la sangre, donde están enterrados los restos exhumados del zar y su
familia.
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Iglesia sobre la sangre, erigida en el lugar donde se fusiló a la familia del zar |
Ekaterimburgo es un buen lugar para hacer la primera parada.
Ha pasado suficiente tiempo (27 horas) como para haber pasado una noche en el
tren y cogerle el gustillo al viaje. Ahí me separé de la catalana y el
argentino, que seguían un poco más el viaje hacia otra ciudad de cuyo nombre no
puedo acordarme.
La ciudad es agradable y bastante cómoda, y han tenido una
muy buena idea para facilitar las cosas a los turistas que la visitan. Han
pintado en las aceras una raya roja que te lleva a los principales atractivos
turísticos de la ciudad. No tienes más que seguirla y vas viendo, con sus
correspondientes explicaciones en inglés, los edificios y lugares que merecen
la pena sin posibilidad de perderte ni andar buscando en mapas o aplicaciones
hacia dónde tienes que dirigirte tras ver un parque o un museo. También han
hecho lo mismo en Irkutsk, ciudad que sería mi siguiente parada, pero la raya
es amarilla.
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Vista de Ekaterimburgo a la orilla del río |
Pasé un día muy relajado en la ciudad y, después de cenar
tranquilamente en una calle peatonal muy agradable, me fui al hostel a dormir.
Amablemente me imprimieron allí el billete que ya había comprado por Internet
hasta mi siguiente destino, Irkutsk. Por la mañana siguiente di una pequeña
vuelta, cogí el macuto y me fui a coger el tranvía número 5 llegar a la estación.
Era más o menos mediodía, hacía bastante calor y la parada
del tranvía estaba a pleno sol, con lo que me estaba achicharrando. Además, ley
de Murphy obliga, pasaban todos los números menos el 5. Cuando ya empezaba a
pensar que me habían engañado y ese tranvía no pasaba por allí o simplemente no
existía, apareció por fin.
Me subí y educadamente me dirigí a la conductora para
decirle que quería sacar el billete y que cuánto costaba. Todo esto
evidentemente en inglés, porque, como ya he escrito y no me cansaré de
repetirlo, mis conocimientos de la lengua de Tolstoi eran los mismos que unos
días atrás en Moscú, o sea, ninguno. Pues bien, esta fue la primera y única vez
que un ruso (una rusa en este caso) fue grosero conmigo, y yo lo achaco al
estrés de que estaba trabajando y se le acerca un tipo hablando en una lengua
que ella desconoce, con la mejor de sus sonrisas, eso sí, en el momento en que
ella tiene que arrancar y seguir su recorrido. Pues bien, me soltó algo por
supuesto totalmente incomprensible para mí y cerró la puerta que tenía abierta
entre ella y yo y a través de la que nos comunicábamos.
No teniendo la menor idea de qué hacer ni cómo pagar el
billete, y como además ya habíamos arrancado, me senté en el tranvía sin saber
si estaba haciendo un “sinpa”, si al rato pasaría un revisor y me pondría una
multa o si llegaría a la estación sin que pasara nada. Pues bien, al poco de
sentarme se me acercó una chica con una faltriquera que resultó ser la
vendedora de los billetes. Luego en otras ciudades vi que tenían el mismo
sistema. Tú te subes en el tranvía y luego pasa alguien para cobrarte. Así que
ni “sinpa” involuntario ni multa para engrosar las arcas de la municipalidad.
Pagué religiosamente el trayecto (muy barato, eso sí) y llegué a la estación
con tiempo suficiente para comer algo y subirme al tren.
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Interior del tranvía número 5. Al fondo, la puerta que me cerró la conductora |