martes, 23 de agosto de 2016

Historias del tren 1

Más contento que unas castañuelas, me subí al tren entre las sonrisas amistosas de la encargada de mi vagón y el resto de pasjeros. El caso es que como yo carecía de toda la información sobre trenes y literas que he puesto en la entrada anterior, pues eso, había comprado un billete en el tren 082 (sin aire acondicionado) y en la litera de arriba. Vamos, lo mejor para empezar. Pero como estaba pletórico de ánimos y ganas, y más fresco que una lechuga, pues tan ricamente. Primer destino... Yekaterimburgo, 27 horas de viaje.

Al contrario de lo que pensaba, igual porque la gente se informa más que yo y no va tan a lo loco, no había mucho "guiri" en este tren. De hecho, en nuestro vagón, 54 personas de capacidad y lleno hasta la bandera, solo estábamos tres.

Mis compañeros de habitáculo (que no compartimento, mi billete era de tercera) eran un familia con un niño y, en las literas paralelas a la ventana, un matrimonio de unos cincuenta y tantos. Los rusos, cuando no están durmiendo en el tren, están comiendo. No paran. Comen mucho "instant noodles", que son unas cajas de noodles con distintos sabores a las que se les añade agua caliente (en cada vagón hay un bidón de agua caliente para que no te falten los noodles ni el té, del que también se ponene hasta las orejas), frutas, carne seca envasada y todo lo que en las estaciones donde para el tren ente 20 y 30 minutos venden en los andenes (pescado ahumado, una especie de samosas, helados...). Y mis vecinos no podían ser menos. De las 27 horas que estuve con ellos, el tiempo que no se lo pasaron durmiendo se lo pasaron comiendo... y alguno bebiendo.



Primera parada. En el andén, puestos de comida; en las vías, los inteminables (como el nuestro) y siempre presentes trenes de mercancías

El feliz y amigable inquilino de la litera superior paralela al pasillo, cuya mujer ocupaba la inferior y departía amigablemente con la madre del niño, en seguida intentó hacer amistad conmigo a pesar de que no hablaba más que ruso y yo, de ruso, lo justo, o sea, hola y gracias. Entre "spanski" y "spanski", que es lo único que decía entre sonrisas, se echaba al coleto un chupito de vodka. Yo calculo que por cada dos "spanskis" se encajaba un chupito. Creo que me estaba utilizando para la famosa táctica de "es que estoy con un colega qu ha venido de fuera, ahora voy", con la mala fortuna de que su mujer estaba delante y yo tampoco estaba por la labor de meterme unos vodkas entre pecho y espalda a las 11 de la mañana. La cosa acabó como tenía que acabar. La mujer le echó la bronca al marido, pero, por lo que yo deduje (es la película que me monté, porque, como ya he dicho, de ruso no estoy muy sobrado), lo que decía es que no bebiera delante del niño. Lo que hizo su elegante y enfurruñado marido fue agarrar la botella de vodka, largarse y aparecer al cabo del tiempo con unos andares un poco tambaleantes cuya culpa no se podía achacar exclusivamente al traqueteo del tren y tumbarse en su litera para intentar que el viaje se le hiciera lo más corto posible, es decir, para dormir la mona.

Antes de irse, me di cuenta de que cuando mi simpático compañero de viaje, que no de cogorza, decía "spanski" no solo se refería a mí, sino también a los otros dos guiris que viajaban en el compartimento, y me empujó amable, pero firmemente, para que los conociera. Nos presentamos y resultaron ser una chica de Barcelona y un chico de Buenos Aires, pero que también vivía en la Ciudad Condal y que viajaban juntos. Nos emplazamos, como no podia ser de otra manera, para la hora de cenar en el vagón restaurante.

Y allá nos fuimos a cenar, que más bien, cenar, poco. Ellos habían conocido a un inglés y un colombiano, y poco a poco fuimos haciendo grupeto, como en el ciclismo para subir los puertos, pero aquí para trasegarnos unas cervezas. El último en unirse a nosotros fue un ruso que ya nos llevaba unas cuantas cervezas de ventaja, tantas que la camarera del bar le obligaba a beber té y él aceptaba sin rechistar, y que decía que era como Putin. Y con ese buen rollo que da tomarte algo con gente a la que probablemente no vuelvas a ver en tu vida, pero que está en buena disposición, nos encajamos unas cuantas cervezas hasta que nos echaron del bar. No seáis mal pensados, no es que la liáramos, es que iban a cerrar.

Parece un chiste, pero no lo es: un (medio) inglés, un ruso (Putin), una catalana, un argentino, servidor de ustedes, un colombiano, y aún faltaba un holandés



Y así me acomodé en mi litera para pasar la primera noche de las seis que tarda en llegar el tren a Vladivostok (hay gente que las hace del tirón, yo hice tres paradas), noche que se me hizo muy placentera, a lo que ayudaron sin duda las cervezas y que la litera, incluso en tercera, es muy cómoda. Y al día siguiente, después de un paisaje bastante monótono y llano, llegamos a mi primer destino después de Moscú, Yekaterimburgo, ya en la Rusia asiática.

5 comentarios:

  1. Qué alegría que retomes el blog. Creía que ya te habías echado para atrás justo cuando empezaba lo interesante ¡el Transiberiano!. Lo de que no aceptaras un chupito de vodka me cuesta creerlo... Por cierto, con qué lecturas estás? porque todos sabemos que te pegas esos viajes para tener muuucho tiempo para leer, je, je.

    Un abrazo

    Juan

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    1. Pues tealmente estoy leyendo mogollón. Me compré un libro electrónico justo antes de salir y lo llevo hasta arriba... pero de cosas facilonas. Nada muy denso
      Y no es queme hubiera echado para atrás. Es que en China no se puede acceder a los contenidos de Google (blogspot es de Google) y ahora voy con un considerable retraso. Me tengo que poner al día

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  2. Ponte al día con el blog Txubi hombre, que es muy interesante, tu público lo reclama y ya no tienes la excusa de China.

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  3. Ponte al día con el blog Txubi hombre, que es muy interesante, tu público lo reclama y ya no tienes la excusa de China.

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